Eduardo Blandón

Es habitual que los principales periódicos del mundo estén atentos y recojan en sus diarios la polución a la que se exponen los habitantes de esos países.  Esa conciencia deriva no solo del grado de desarrollo económico que les permite hacer mediciones con instrumentos costosos, sino de una sensibilidad exquisita focalizada en temas más allá de lo profano que informan nuestros periódicos tercermundistas.

Hoy mismo, por ejemplo, el diario francés Le Monde, reportó la preocupación por trazos de iodo radioactivo detectado en el aire de varios países europeos: Finlandia, Polonia, Checoslovaquia, Alemania, Francia y España.  Y aunque, al parecer, hay poco qué temer, las alertas se han encendido para investigar a profundidad la causa del fenómeno que no es tranquilizante.

Contrario a esas naciones, de este lado del mundo, países como México han retrocedido en materia de contaminación.  Todo apunta a que los mexicanos hicieron lo suyo en su momento, dictaron políticas, educaron a sus habitantes y concientizaron de la gravedad del problema. Por mucho tiempo, la polución de la ciudad de México descendió y fue controlada. Pero llegó la corrupción, la anarquía y el narcotráfico y todo se echó a perder.  Y parece insalvable la situación.

Los reportes indican que la mala calidad del aire en la capital mexicana se cobra casi 10 mil muertes cada año. Las condiciones geográficas y meteorológicas, un parque vehicular que aumenta al doble que la tasa de natalidad y el crecimiento desmesurado de la mancha urbana completan el cóctel de riesgo a la salud.  El diario español El País reportó que los efectos en la salud van desde dolores de cabeza e irritación de los ojos y la garganta hasta cáncer, complicaciones en el desarrollo fetal y enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

Sí, los mexicanos están mal, pero nosotros no estamos mejor. En Guatemala, la polución no es ni siquiera un problema que merezca nuestra atención.  Y si bien es cierto que hay columnistas que merecerían reconocimientos públicos por su labor profética y martiriológica, la mayor parte de nuestra ciudadanía y líderes políticos, apenas les interesa el tema.  Una muestra paradigmática lo constituye el descuido antológico del alcalde capitalino, Álvaro Arzú, incapaz de cerrar el famoso relleno sanitario de la zona 3.

Es cierto, no contamos con los recursos ingentes de países europeos que registran día a día los marcadores de contaminación, pero podemos realizar esfuerzos conjuntos que nos permitan vivir en un ambiente sano. Podemos crear conciencia desde las páginas de los periódicos, desde actividades en las aulas de las escuelas, con iniciativas familiares, en las universidades y… hasta proponiendo un sistema legal que refleje una conciencia de ciudadanos de primer orden.

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