Luis Fernández Molina

Con un ritmo cadencioso se escucha la canción: “Quién quiere vender conmigo/la paz de un niño durmiendo/la tarde sobre mi madre/y el tiempo en que estoy queriendo.” Me refiero ahora a esta última frase de esa joya del grupo Mocedades -El Vendedor-; a ese “tiempo” especial cuando el corazón late más dulce, cuando en la mente vive la persona amada. Si se pudiera envasar ese tiempo tan especial, como esencia de perfume, no habría dinero en el mundo con que pudiera adquirirse. En el fondo es la esencia de la vida.

Ese fuego que -milagro de la existencia- pueden abrigar nuestros cuerpos mortales, de carne y hueso. “¿Tuvo fuego alguna vez este cuerpo? Preguntaban los griegos cuando velaban un cadáver. Ese premio existencial que sintetizó Amado Nervo “Amé, fui amado/el sol acarició mi faz. ¡Vida nada me debes! ¡Vida estamos en paz!” Ese impulso vital que compartimos todos los seres humanos desde la antigüedad, como Penélope que a pesar de los años esperaba a Odiseo y para distraer a los cortesanos -que le exigían que debía escoger nuevo esposo- contestó: “Cuando termine de tejer un sudario elegiré marido.” De día tejía y de noche descosía, el telar nunca avanzaba hasta que, a los 20 años apareció su amado Odiseo.

Un sentimiento impetuoso que, por Helena y Paris, provocó la guerra más famosa de la antigüedad. Un sentimiento alucinante que sometió al Dante por su amada Beatriz, con quien nunca llegó ni siquiera a platicar. Un sentimiento tierno que motivó a Pedro I de Portugal ordenara que su tumba se tocara con los pies de la de su amada Leonor, para que el día del Juicio Final al levantarse fuera, uno al otro, lo primero que vieran. Sentimiento vital sin el cual Romeo y luego Julieta prefirieron no seguir viviendo. Sentimiento arrebatador que obligó a Abelardo a recluirse en monasterio y su amada Eloisa en un convento. Sentimiento creativo que inspiró a Shah Jehan a construir un mausoleo de mármol que hoy día sorprende al mundo. Un sentimiento que absorbió a su Cesárea Majestad que no quiso casar de nuevo tras la muerte de su amada Isabel de Portugal. Un sentimiento enajenante que provocó la demencia de Juana la Loca quien mantuvo el cadáver de su amado Felipe el Hermoso errante por 15 años. Un sentimiento alucinante que obsesionó al Caballero de la Triste Figura por la sin par Dulcinea. Sentimiento impetuoso que provocó la ruptura de un reino católico con Roma por los encantos de Lady Bolena. Un sentimiento ofuscador que cegó al gran Emperador de los franceses para negar los devaneos y la vida relajada de su Josefina. Un sentimiento quimérico que envolvió al almirante Horatio Nelson por Emma Hamilton. Un sentimiento deslumbrador para que el rey de Inglaterra y emperador del Imperio Británico renunciara abiertamente a su trono por “no poder reinar si no estaba a su lado de Wallis, la mujer que amaba”.

Pero no hace falta buscar en las páginas de la historia ni en las grandes narraciones -acaso leyendas-, para encontrar testimonios de ese amor de pareja. Lo podemos encontrar a diario (gracias a Dios que todavía) en aquellos matrimonios bien avenidos, que saben manejar sus desacuerdos y son ejemplo de estabilidad para los hijos, nietos y la sociedad en general. Bien por quienes celebran bodas de plata y más, de oro. Los herederos de esas parejas deben agradecer el don de haber crecido acunados por el amor verdadero. ¡Feliz Día del Cariño!

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