Adolfo Mazariegos

El poder político puede obtenerse y mantenerse de distintas maneras. Una de ellas es la utilización de tácticas y estrategias populistas que, a decir verdad, no son algo nuevo en el mundo, pero que pareciera han cobrado cierta fuerza. Es más, estas estrategias han sido utilizadas a través de la historia por un variopinto abanico de personajes pertenecientes a “corrientes ideológicas” diversas que atraviesan el espectro político de un extremo a otro, es decir, no es algo exclusivo de una ideología u otra, y tampoco puede considerársele en sí como una ideología, por lo que sería un error endilgarle su uso con exclusividad a una corriente en particular. Tampoco debe confundírsele con una verdadera intención de actuar en función del bien común, que aunque casi extraño, podría ser posible. El populista generalmente utiliza la descalificación y busca menoscabar la imagen de sus contrincantes, así como magnificar las problemáticas del Estado o que éste (el populista) asume como tales y a su favor; esto lo hace con la finalidad de autoproponerse, subliminal o abiertamente, como el salvador y solución de cualquier problema existente o por venir, sin importar la exacerbación popular y sin reparar en si con ello se avivan los conflictos y dificultades sociales que puedan existir. En ese sentido, se relega evidentemente a segundos planos la utilización de métodos científicos y se desdeña la profesionalización en la política y en el ejercicio de la función pública, algo de gran importancia, entre otras cosas, para la elaboración de programas, una buena ejecución, recolección de datos y estadísticas, diseño de políticas públicas, y, por supuesto, para generar verdaderos planes de gobierno cuya implementación en la práctica gubernamental es de vital importancia en función de cumplir (en el más alto porcentaje posible, ya que en un cien por ciento es imposible) con las expectativas ciudadanas. El descontento popular generalizado o en alto porcentaje, las expectativas ciudadanas incumplidas, la necesidad de cambio, la pobreza persistente, son abono que hacen un campo fértil para la adopción de soluciones rápidas y cortoplacistas que, las más de las veces, resultan contraproducentes para la sociedad en su conjunto y particularmente para aquellos que por lo regular están en desventaja y que son, mayoritariamente, quienes pueden ser más fácilmente influenciados, aunque por supuesto no con exclusividad. El desarrollo de un Estado y la disminución de las desigualdades sociales no se alcanzan mintiendo; no se alcanzan improvisando; no se alcanzan imponiendo absurdas formas de accionar sin conocer la realidad; no se alcanzan sin una ruta clara y precisa de lo que hay que hacer en función de ese tan manoseado bien común…, aunque, tristemente, esa pareciera ser hoy día la tendencia. Algunos académicos han dado en asociarla, inclusive, con lo que han denominado “crisis de la democracia” (yo le daría otra explicación…), y dadas las actuales circunstancias globales, sin exagerar, podría hacer que cualquier cosa sirviera como detonante para conflictos que serían nefastos en el mundo entero…Ojalá, cambie esa tendencia.

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