Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Una de las cantaletas más consistentes durante la campaña electoral última en los Estados Unidos fue la crítica al gobierno de Obama y a la candidata Clinton por no usar el término de «terrorismo radical islámico» para referirse a los responsables de los ataques cometidos en varios lugares del mundo, planteando el tema como una muestra de debilidad de las autoridades para enfrentar ese serio problema de seguridad nacional. Hoy, en el New York Times, quien fuera subsecretario de Estado para temas diplomáticos y asuntos públicos, Richard Stengel, explica con lujo de detalles por qué Obama adoptó esa estrategia y cuál era el objetivo que perseguían.

En efecto, dice quien fuera importante funcionario del Departamento de Estado que el gobierno de Obama no quería tipificar a los grupos terroristas como islámicos porque para combatirlos Estados Unidos necesita del concurso de países y pueblos que profesan esa fe y que al generalizar se corría el riesgo de perder el importante apoyo que ya estaban brindando muchos para enfrentar al más importante grupo que, precisamente, basaba su campaña de reclutamiento en la propaganda de que Occidente odia y detesta al mundo islámico.

La elaboración de cuidadosa estrategia para conformar una alianza antiterrorista que contara con el sólido apoyo de muchos musulmanes fue prioridad para el gobierno de Obama y hay que decir, por ejemplo, que Irak se convirtió, pese a los sentimientos que había dejado la violenta y sangrienta invasión en su contra, en uno de los principales aliados de Washington para contrarrestar la labor de propaganda de los terroristas y para enfrentarlos militarmente, al punto de haber contenido los formidables avances que en sus primeros meses había tenido el llamado Estado Islámico para crear lo que llamaron el nuevo Califato.

Stengel detalla el efecto que ha tenido el cambio de enfoque promovido por la nueva administración que, desde luego, abrazó el término, llamando terroristas islámicos radicales a los integrantes de Isis, puesto que justamente lo que los grupos armados pretendían era nutrirse de combatientes inspirados en la idea de que Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, tienen un odio enorme por los musulmanes y que ello ameritaba empuñar las armas para emprender una guerra santa. Dejan sin argumentos a los aliados, entre ellos Jordania e Irak, dicen, puesto que no tienen cómo explicarles a sus pueblos la razón por la que se alían con los norteamericanos en la lucha antiterrorista, si la misma pareciera tener trasfondo en una cuestión no solo religiosa sino racial.

Y agrega el diplomático que la orden ejecutiva actualmente en suspenso dictada por Trump para prohibir el ingreso de ciudadanos de siete países musulmanes a los Estados Unidos se suma al efecto ya devastador que tiene el simple hecho de generalizar el concepto de que se trata de una guerra contra los terroristas radicales que profesan el islam.

El simple cambio de retórica, según se dice, puede tener gravísimas implicaciones para la paz y seguridad del mundo. Se salieron con la suya al cambiar los términos, pero no tienen ninguna estrategia concreta para enfrentar el problema.

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