Luis Fernández Molina

Chichicastenango es una joya multicolor engarzada entre las montañas verdes del Altiplano guatemalteco, que mantiene su brillo a pesar de la indolencia. Es uno de los siete altares principales que deben conocer los peregrinos que nos visitan, junto con Antigua, Atitlán, Quetzaltenango, Tikal, Río Dulce y Esquipulas. Las gradas empedradas del templo de Santo Tomás en medio del humo del incienso, aparecen en todo panfleto, trifoliar o anuncio promocional de nuestros atractivos.

Es sin duda un destino cautivador y es bueno que los guatemaltecos, especialmente los capitalinos, lo apreciemos. En cierta forma el dinamismo del mercado es como la diástole y sístole del corazón de nuestra nacionalidad. El colorido que se despliega forma parte de la piel de Guatemala y la cultura que persiste es un hálito del espíritu chapín, una cultura que no se quiere rendir ante la ola avasalladora de una “modernidad” pareja, desabrida, homogénea. Confluyen aquí las diferentes etnias que han venido desde diferentes puntos cardinales; es hoy una zona de armonía donde se entrelazan las creencias tradicionales y las cristianas, donde se cruzan los hilos de los güipiles con la vestimenta occidental. Donde se mezclan los aromas de pino, humo de velas e incienso.

Pero Chichi es mucho más. Cuando usted haga una compra en ese mercado debe estar consciente que está repitiendo un acto que se viene practicando desde hace más de 2 mil 700 años en ese mismo lugar. Es acaso el mercado de importancia más antiguo de toda el área mesoamericana, un centro donde se ha comerciado sin interrupción a través de los siglos. En el mundo maya preclásico hubo mercados como también en el clásico, pero ellos se esfumaron en la neblina del misterio que desvaneció esa gran cultura. Otras poblaciones actuales tienen mercados, obvio, pero son de época posterior a la conquista; más los orígenes del mercado de Chichicastenango se hunden en el silencio de las edades. El fértil Altiplano guatemalteco ha estado habitado desde tiempos anteriores a la cultura maya y Chichi estaba ubicado en el cruce de las rutas comerciales del sur de Guatemala al norte de la península de Yucatán, entre Chiapas y Honduras. Ya funcionaba como mercado cuando navegaba Colón, cuando Europa estaba sumida en la oscuridad del feudalismo, cuando cayó Roma ante los bárbaros, cuando predicaba Jesucristo, cuando declinaba la cultura Olmeca, cuando se abandonó El Mirador y después Tikal. Algunos aseguran un origen más antiguo, era un mercado cuando Rómulo fundó Roma o cuando Jeremías clamaba y Nabucondonosor tomó Jerusalén. Cuando Sócrates instruía a sus alumnos se estaba comerciando en el mismo mercado.

En el siglo anterior a la conquista Chichicastengango, como población importante y fortaleza fronteriza, fue motivo de grandes rivalidades entre los quichés y los kackchiqueles, una piedra de choque que se disputaban ambos dominios ya que para ambos significaba un punto de avanzada, una cuña en las costillas del señorío rival. Era una fortaleza rodeada de barrancos; su nombre entonces era Tziguán Tinamit -pueblo rodeado de barrancos. Los tlaxcalas que vinieron con Alvarado la denominaron “tierra de chichicastes” por la abundancia de esta planta urticante. Domina el idioma quiché pero con mucha influencia del kakchiquel por esos cambios alternos que se dieron.

No fue casual que los españoles dispusieran la construcción de un templo tan grande en 1540, apenas 16 años después de que llegó Pedro de Alvarado. Claro está, la construcción se hizo sobre un templo ceremonial entonces existente (18 o 20 gradas, según donde se inicie, que significan los meses del año maya o los días del Tzolkin). Tampoco es casual que el texto de Popol Vuh se haya conservado en el citado templo.

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