Adolfo Mazariegos

Muchos abogaban por lo contrario, pero en el fondo, sabían que el resultado de las pasadas elecciones en Estados Unidos podrían dar como ganador a Donald Trump, un empresario que comenzó en el mundo de los negocios con un millón de dólares que le prestó su padre, Fred Trump, quien había ganado mucho más en el sector de la construcción de viviendas en Queens y Brooklyn, New York (El País, citando a The Washington Post) con el que se convirtió en el magnate dueño de un imperio en el que hoy día se pueden contar, entre otros negocios, casinos, hoteles y edificios. Trump, una estrella de la televisión sin ser actor o artista, logró la fama mucho antes de incursionar en la política, fuera como showman en concursos de belleza o talentos, fuera como personaje polémico que sabía obtener publicidad gratuita en medios televisivos y escritos para beneficiar a su propia persona y a sus negocios. En 2011 abanderó la campaña que cuestionó el origen del actual presidente de Estados Unidos (Barack Obama), cuya acción le hizo ganar adeptos y que, de alguna manera, le preparó para todo lo que habría de venir en los siguientes años hasta alcanzar la postulación republicana y posteriormente la presidencia de una de las mayores potencias del mundo. Muchos de sus seguidores han argumentado que su deseo de acceder a la Casa Blanca va más allá de su deseo de riqueza y poder, en virtud de que su millonaria fortuna le hace una persona desinteresada y con más por aportar que beneficios personales por obtener, lo cual, dicho sea de paso, y según analistas y expertos, también puede ser cuestionable, dada esa tendencia a estar frente a las cámaras y en el ojo público que ha manifestado a lo largo de toda su vida empresarial. Sin embargo, en el marco de las ciencias sociales (particularmente ciencia política y quizá sociología), algo que es de reconocer y que podría incluso considerarse como elemento importante de análisis, es la capitalización que logró (a pesar de diferencias con sectores del propio partido que lo postuló) del descontento popular en distintos grupos sociales de la población estadounidense, quienes de alguna manera se vieron identificados con su mensaje a pesar de no haber planteado nunca un programa específico en materias importantes como la economía o la política exterior estadounidense, aunque, en honor a la verdad, ¿habrá alguien a quien eso le haya hecho diferencia, más allá de los temas recurrentes como el famoso muro, la inmigración o los señalamientos de abusador de mujeres o racista? Mi impresión particular es que nada de eso logró pasarle una factura cobrable electoralmente, por lo menos, no en los Colegios Electorales de los distintos Estados que al final fueron los que le dieron la victoria. Habrá que esperar, por tanto, a que tome posesión para poder ver por qué derroteros vienen las cosas para países como Guatemala, y, por supuesto, el resto de América Latina.

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