Juan Jacobo Muñoz Lemus
Frecuentemente nos planteamos en términos de las víctimas, lo cual es muy natural si apelamos mínimamente a la empatía y a la indignación que provoca ver tratos injustos. Eso por supuesto, en el mejor de los casos, porque muchos como espectadores, podemos ser proclives a la descalificación maliciosa de la debilidad, y a sentirnos invitados a detractar y a ensañarnos con críticas severas a quien padece. Tal vez sea en parte porque los agresores dan miedo y resulta más cómodo que la pita se rompa por lo más delgado.
Pero si hacemos un esfuerzo por ver de cerca la interioridad de un ambiente abusivo; alcanzaremos a ver de cerca al abusador, en lugar de solo conmiserarnos por el que lo padece.
Más allá de la violencia física brutal y de la chocante literalidad de un ataque sexual, es frecuente que un agresor utilice preferentemente la violencia psicológica para disminuir a su presa. Esta última, ha sido elegida para satisfacer necesidades conscientes e inconscientes del depredador, que solo con eso, demuestra su terrible incapacidad de valerse por sí solo. El agresor es dependiente.
Es obvio que su víctima lo perturba, eso a nadie escapa. Pero lo hace porque se muere de miedo cuando ve en el otro inteligencia, capacidad de ser, talento y dedicación; todo lo que él cree no tener. Se siente desenmascarado ante calidades que no le pertenecen y reacciona descalificando proyectivamente, por sentirse incapaz de intentar cosas mejores. El agresor es pusilánime.
El maltrato que aplica es pertinaz, pero con vigilancia de no dejar rastro de sus acciones y con malicia para que la víctima parezca culpable si algo se descubre. El agresor es cobarde.
Cree que la víctima lo odia, pero solo es porque él odia. Y lo hace porque se siente inferior y envidia lo que no le pertenece. Finge un desenvolvimiento positivo ante el mundo y solamente muestra el rostro violento de su miedo, ante la víctima elegida. El agresor es hipócrita.
Atormentado, y esclavo de su propia importancia, no se tiene fe. Finge ser grande, y como anhela la aprobación de los demás, es arrogante y fanfarrón. Le tiene miedo al mundo, y es hipercrítico porque no soporta la crítica. Necesita acciones que compensen sus inseguridades, e intenta cobrarse como un estafado, y aunque sea maltratando, todo lo que cree que se le debe. No es sincero, es un tirano y un parásito que guarda siempre a la mano y como último recurso, la violencia. El agresor es acomplejado.
Tal vez no lo sabe pero lo siente. Se vive a si mismo insuficiente aunque se muestre seguro, y la sensación de su propia realidad lo invita a destruir, por sentirse siempre al borde de ser descubierto. Necesita de un ambiente permisivo y sin límites éticos consistentes. Un entorno que no se interese en los que sufren y al que no le importe la aflicción ajena. El agresor busca la oscuridad.
Más o menos así, creo yo que se mueve un agresor; y quien logra ver y entender mejor su patrón de comportamiento, tendrá un punto de apoyo para no ser intimidado por cualquier baladrón.