Eduardo Blandón

No deja de ser fascinante la cantidad de información derivada de los cálculos sobre el futuro a mediano o largo plazo a partir de los avances de la tecnología.  Revelaciones que a veces producen desasosiego y sentimientos de angustia por un porvenir, oscuro para algunos, apocalíptico para otros.

Considere por ejemplo el temor que generan algunos cuando afirman que la tecnología aumentará en poco tiempo el desempleo.  Según los profetas, los que trabajan en el área de servicios tienen sus días contados.  Máquinas y robots se encargarán de esos trabajos “ordinarios” en los que no se requiere mucha especialización.

A partir de ello, los visionarios dicen que la sociedad requerirá cada día más sujetos hiperespecializados, personas creativas y talentosas, con imaginación y creatividad que puedan superar a las máquinas.  Para lo demás, para esas actividades repetitivas y predecibles, están las máquinas con los modelos matemáticos a partir de los datos acumulados.

¿Y las guerras?  Las guerras no requerirán soldados en el campo. Lejos quedarán las batallas de antologías reproducidas por el cine de Hollywood.  Las guerras del futuro serán como juego de ordenadores.  Se librarán cómodamente desde lugares escondidos, resguardados de maniáticos cibernéticos que roben información o introduzcan virus.  Algo de esto ya reproducen las películas de ciencia ficción.

Las relaciones seguirán potenciándose.  Las redes sociales serán superadas por otro tipo de aplicaciones que harán posibles un tipo de compromiso más allá de lo humano (transhumano).  Al mejor estilo de “Theodore” (película del 2013, Her) que logra una relación espectacular con Samantha que no es más que un sistema operativo, OS1, con inteligencia artificial.

Por lo demás, continuarán los artefactos que incorporados a la piel nos volverán “hombres (y mujeres)  nucleares”.  Microchips que nos harán aparecer más inteligentes y menos vulnerables a los accidentes de la vida.  Igualmente, eso que llaman “Internet de las cosas” se democratizará al punto que dependeremos de los servicios de las compañías que nos ofrecen conexiones.

Irreconocible el mundo que vivimos.  Cada vez nos sentiremos más extraños y si nos descuidamos, excluidos de una nueva civilización que sabe su origen, pero no su término. Aún hay mucho que decir sobre los avances de la tecnología biológica, el desarrollo automovilístico y los viajes interplanetarios.  Todo parece un sueño.

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