René Leiva

Casi una metáfora tangible y sufrible del poder sería la Conservaduría General del Registro Civil, y el conservador devendría el soberano. Don José intenta desalinizarse, sin ser ese su propósito original, mediante la búsqueda/aventura. Intenta. Su indagación obsesiva por una desconocida de quien sólo conoce el nombre; un nombre, entre todos los nombres, manifestado por el ciego azar. Cuando lo desconocido/imaginado contiene mayor significancia que lo conocido; cuando una mujer, apenas su nombre, induce a ser encontrada porque hasta entonces el amor, previsiblemente, era un vislumbre de la mujer en abstracto.

¿Quién, con la voluntad vacilante de transgredir, decide iniciar el delineo de una aventura sin riesgos mayores, primeros pasos que, por supuesto, ignoran la dimensión o alcance que tendrá dicha incursión en fueros de lo inconcebible?

La intuición menos diluida que dispersa, el deseo encubierto de probable romance con una desconocida sin más cuerpo ni alma que un nombre entre todos los nombres.

En la dubitativa soledad de don José, un soliloquio compartido entre lo interno y lo externo, singular y plural, a modo de tejido dialéctico para buscar y encontrar justificaciones, no importa si razonables, a una actitud aventurera en ciernes. Me pregunto y me respondo; me acorralo y logro evadirme; me pongo trampas conceptuales y con base en conceptos puedo escapar… por el momento. Ejercicio de alta moral, sin moralina.

(El conócete a ti mismo acechado y asediado por las atenazadoras instituciones espurias, las ideologías pétreas, los ardides del llamado progreso y las tecnologías de (de punta).

Que las decisiones no se toman porque ellas lo toman a uno… Que no es el decididor quien decide; que la decisión es, con mucho, un acto cuasi mecánico, del subconsciente… Que cuanto determina la decisión viene de lejos o ha estado ahí oculta, en potencia, a la espera del momento oportuno… Ese presentido desconocido que nos habita… Que pudo ser pareja con casi cualquier desconocida… ese contradictor oficioso que es nuestra antítesis y complemento, cuestionador implacable, conocedor de las debilidades que nos humillan ante nosotros mismos.

Cuando al comienzo de una aventura, esto es, de la búsqueda de lo desconocido, se advierte que el intuido y deseado azar en realidad posee aristas previstas, que algo se ha infiltrado desde el mismo principio de la pretendida aventura. Y eso infiltrado, vaya descubrimiento, es la propia vida del fortuito aventurero, sus antecedentes existenciales… No se puede empezar de cero, a partir de nada, nadie, en ningún caso, nunca… Algo o mucho se lleva en los bolsillos, en la idéntica memoria, en las suelas de los zapatos… Todo ese polvo nostálgico, esa ceniza tibia.

(No puede haber comparación entre lo que puede suceder y aquello que en realidad sucede; entre cuanto queda sin escoger u optar y lo optado o escogido, sólo en el transcurso de un día, no se diga de una vida. Simpleza poco conocida ni considerada incluso por los héroes y antihéroes profesionales.)

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