Eduardo Blandón

Hace algunos meses, tuve el gusto de presentar una pequeña obra poética de Hugo Madrigal, Celajes en lo impredecible, que quisiera compartir con los lectores con el propósito de expresar lo que en su momento resalté del valor del texto.  Una vez más felicito a su autor y auguro que siga cultivando la vena poética con la que nos deleita cuando comparte sus sentimientos.

Dicho esto, quisiera referirme a la obra en cuestión que constituye 18 textos literarios en los que el autor, habituado a lecturas poéticas, se esfuerza en dar rienda suelta a sus emociones..  En ellos se abordan distintos temas: la muerte (de su hermana Iveth Marisol y su mamá, Alicia), la nostalgia (fundamentalmente al evocar a sus hermanos: Óscar y Janeth), la gratitud por la compañía de sus sobrinos (Adrián y Marisol), el tiempo, el amor y la patria.

Hugo expresa en textos mínimos realidades profundas que desgarran el alma y sirven de desahogo.  Por ello, es recurrente el dolor, la crueldad del destino y la tristeza.  Los textos mismos no ocultan la tragedia que constituye la separación de los seres amados: “desolación”, “tristeza”, “esos días trágicos”, “es triste”… entre tantos otros.

“Es triste el saber que ya no estás
El espacio marca ese sentimiento lleno de pesar Los días se vuelven indiferentes
Ante tu partida hacia el más allá”.

Hay en la obra de Madrigal resabios de cultura cristiana, evidenciado en su confianza en la “misericordia divina”, la esperanza de “la gloria de Dios” y su invitación a “amar y servir” (muy jesuítico, por cierto).  Si no fuera porque el autor coquetea también con una cierta idea de fatalidad opuesta a toda doctrina cristiana, uno pensaría que estamos frente a un escritor pío en pleno siglo XXI.

Esa paradoja se refleja cuando alude, por ejemplo, al “destino cruel” y al “maldito destino” y redondea su declaración cuasi herética con las dudas sobre la eternidad.  El texto dice:
“Todos tenemos marcado un círculo
Un tiempo para vivir y otro para morir.
La naturaleza sabia nos lleva a comprender
Que la eternidad no existe, pero sí el amor”.

Y sí que el amor existe. En la obra de Madrigal el sentimiento es reiterativo. Hasta el punto de afirmarlo como “perdurable”, “eterno” y “embriagante”.  Un amor que más que erótico es, como decía san Agustín, “casto”, aún en lo referido al sexo. “Ahora al paso del tiempo
Recuerdo tu bella desnudez y tus roces
En una noche llena de estrellas
Donde el sexo nos embriagó de amor”.

En lo que concierne a la estética del autor, participa de un paladar educado en el que hay espacio también para la crítica social.  Como cuando escribe que el poeta debe ser también profeta, insinuando la superación del intelectual acomodado tras un escritorio.
“Mi patria es manejada por la oligarquía
Que odia la cultura y la paz
Pobreza que refleja tristeza en el corazón”.
Esa estética que a veces aparece melosa y tierna invade la obra creadora de Hugo, destacado en “las saetas que hieren el corazón”, “las noches de estrellas” y “la bella desnudez con sus roces”.  Aquí se avizora al poeta como ser humano apropiándose de la vida y celebrándola.
No quiero terminar mi corta participación sin referirme al título de la obra Celajes en lo impredecible.  Con ello, el autor quiere abarcar el contenido de su texto subrayando el carácter filosófico de su propuesta literaria.  Porque qué es la vida, sino incertidumbre, pasos de ciego o bisbiseo.  Hay una tragedia no tan oculta que invade el texto, precariedad triste quizá solo superada en el amor.  Me parece, con todo, que el texto deja lugar para la esperanza.

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