Luis Fernández Molina

Celebro el intercambio que generan las opiniones vertidas en estas columnas de opinión que desde 1920 han sido pilares de la libre expresión en Guatemala. Por intercambio me refiero a los comentarios expresados por lectores, por este medio u otros canales. No tengo el gusto de conocer a don Alfonso Villacorta pero desde hace tiempo le agradezco, en primer lugar su lectura y luego sus ocasionales comentarios (en temas históricos sobre todo). Me refiero al último en relación a mi artículo del Estadio Doroteo Guamuch.

Coincido con don Alfonso que “somos un país sin historia ni memoria”. Es por ello menester hacer repaso de los acontecimientos históricos relativamente cercanos que han ido cincelando los perfiles de nuestra actualidad. Las circunstancias de hoy día no se generaron “espontáneamente”. Interesante su calificación de “obras faraónicas” del tiempo de Ubico, no las menciona pero entre las que destacan el Palacio Nacional, Gobernación (antes la Policía), Aduanas (ahora la Policía), Sanidad, Registro de la Propiedad, Museos de la zona 13. A lo sugerido por Villacorta, ignoro qué participación tuvieron los militares en la ejecución de esas obras.

El barranco de La Barranquilla estaba en los arrabales de la ciudad; empezaba después del puente del ferrocarril y era un hoyo negro en la expansión de la ciudad al mediodía pero no por allí sino que por la sexta avenida. Desconozco si la idea original de Aguilar de León era aprovechar el barranco para colector de aguas negras o para un estadio; acaso los familiares podrán facilitar su trabajo de tesis de graduación como Ingeniero para confirmar si desde entonces tenía en mente el estadio y la posibilidad de “cumplir la doble función” (estadio y colector). Agrega don Alfonso que “fue un derroche de cálculo y diseño para su época puesto que no había mayor experiencia en el uso y manejo del hormigón o concreto reforzado.” Me gustaría escuchar la opinión de algún ingeniero.

Lleva razón Villacorta cuando dice que el nombre original del estadio era “Estadio Revolución”. ¿Cómo no iba a serlo? Estábamos en plena euforia revolucionaria y una de las mejores formas de expresarla era con el monumental estadio que habría de recibir a delegaciones de todos los países de la región. Sin embargo ese apelativo les pareció incómodo a los gobernantes de la liberacionista. Era una denominación muy provocadora, con fuerte aroma de comunismo, aunque esa nuestra revolución tenía otro tinte que no era fascista ni comunista ni politiquera, fue un movimiento cívico a diferencia de los que entonces se empezaron a gestar en la América Latina. Urgía cambiar de nombre y ¡claro está! “¡pongámole el del héroe maratonista vencedor de Boston!”. Según mi interlocutor ello fue “un acto reaccionario liberacionista”. Agrega: “con el agravante que no honraba sino deshonraba al mixqueño Doroteo que solo conservaba el apellido indígena, pero no traje ni idioma.”

Seguidamente don Alfonso aborda el tema de “la siniestra y oscura historia del deporte nacional”. Coincido en el derroche que, en aras del deporte, se ha hecho de los fondos públicos, tan necesarios en otros rubros. Continúa “no existía el deporte federado ni lanzadores de disco, saltadores de garrocha, pentatlonistas, ni nada de eso”. No es lógico que la asignación constitucional para el deporte sea mayor que la destinada a la justicia. Lo más lamentable es que ese dinero se desperdicia en “la dirigencia” y poco queda para los atletas y a todo esto la población en general ¿de qué se beneficia? ¿Canchas deportivas en las escuelas o en áreas públicas?

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