Luis Fernández Molina

Qué triste la vejez atropellada por los años en tardes vacías pobladas de recuerdos y días llenos de achaques y dolores. ¡Juventud divino tesoro, ya te fuiste para no volver! Qué angustioso deshojar los almanaques y sentir los primeros vientos helados del inminente y próximo invierno; cada año cumplido más cerca de los fatídicos 65 años -si no antes- y la vida útil se escape como agua entre los dedos. Qué atormentada perspectiva para el hombre o mujer joven que por azares del destino ha sufrido un accidente y queda inválido para trabajar. Qué noches de insomnio se anticipan para la viuda y los hijos menores cuando la parca se ha llevado, antes de tiempo, al compañero y padre y no hay nada que sostenga los gastos familiares. ¿Quién cubrirá los alimentos y medicinas del anciano? ¿Quién por el inválido? ¿Quién por los huérfanos? Ya las familias no son como antes ni las órdenes religiosas tienen los recursos (y pocos la vocación) para atender a los desamparados.

Es cierto, los escenarios arriba indicados pueden ser dramáticos, pero son reales, comunes a la gran mayoría de la población que no tiene otros medios de sobrevivencia más que su trabajo asalariado o en la informalidad. No puede alegarse aquí sorpresa por los giros del destino. Irónicamente los accidentes y la muerte dejan de ser aleatorios en la medida que son, precisamente, aleatorios. Nos puede suceder a cualquiera y en todo minuto; por ello hay que tenerlo siempre presente. La vejez por su parte, es inexorable. Por lo mismo corresponde en una primera instancia a los propios individuos prevenir y estar preparados para responder a esas vueltas de la vida. Pero algunos, que viven rascando su salario mensual, no están en posibilidades de hacerlo.

Valgan los comentarios anteriores porque de nuevo se ha colocado sobre la mesa el tema del seguro social. Es un asunto muy serio y muy técnico. Toca de lleno a los arriba citados ancianos, inválidos y huérfanos. No son meras estadísticas, son realidades que arrebatan la vida. Como siempre que se profundiza en estos temas colisionan dos visiones: lo ideal y lo real. El mundo de lo que debe ser y el mundo de lo que es. Los planes y los reales. Los negocios.

Para empezar el enfoque legal: hasta dónde el marco constitucional -artículo 100- permite un cambio toda vez que asigna al IGSS el papel de “aplicar” del régimen. ¿Qué se entiende por aplicar? Si una clínica privada presta servicios ¿está el IGSS aplicando el régimen? Si se autorizan financieras privadas para manejar fondos ¿se está aplicando el IGSS? Luego viene el análisis actuarial ¿Cómo están los números? ¿Qué proyecciones tienen los fondos? ¿Es cierta la amenaza de insuficiencia? Se conexa el tema de la productividad de esos ahorros, los depósitos son dineros que han sido descontados de los trabajadores y complementados por el aporte del empleador. Si esos fondos no se colocan adecuadamente van a generar muy bajos rendimientos. Aunque a algunos les choque, el manejo de esos recursos debe realizarse con visión empresarial. Para cumplir con todas las obligaciones se necesita dinero. Cabe una labor de información y concienciación ¿por qué la mayoría de la gente evita o acepta la no inscripción? En cuanto a los servicios de atención médica es claro que deben mejorar sustancialmente.

El tema debe analizarse con objetividad, serenidad y pericia. Excede las discusiones ideológicas y los discursos demagógicos. Va también más allá de las construcciones fantásticas. Tampoco se puede percibir como un negocio. Cualquier decisión -confirmación o cambio- tendrá impacto en los próximos 30 años.

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