Claudia Navas Dangel
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Se llamaba Aldo. Nos conocimos de pequeños, nunca hablamos mucho, al menos no con palabras. Solíamos pasar siempre por el mismo lugar, en ocasiones sonreíamos ante la ausencia de sonidos. ¿Él era tímido? No sé. Yo no le hablaba mucho a los niños.

Los años siguieron y yo al menos, ya no pasé por el mismo lugar. Un día, un día de lluvia nos topamos en el centro. Como cuando niños, nos miramos y sonreímos, nada más. Unas cuadras después me alcanzó y me preguntó cómo estaba. Yo le dije que bien y él sonrió.

Así se fue el tiempo de nuevo y como suele pasar volvimos a encontrarnos. Esta vez fui yo quien hizo preguntas, además de saber cómo estaba, pregunté por otro niño que como nosotros, iba al mismo lugar y no hablaba, sólo sonreía. Ese día sin saber nada del otro niño sonreímos juntos, no llovía, caminamos un poco y luego nos despedimos. Volvieron a correr los días y no volví a encontrarlo. No supe más de él, ni él de mí y quizá ninguno de los dos se preguntó por el otro. Así pasa.

El año se ha ido volando. Si es un lugar común. Tan común como las malas noticias. Justo hace un par de días me lo encontré de nuevo. No a él, a su foto. Junto a ella, había un texto muy triste, decía que había muerto. Quizá de pronto eso parezca normal. La gente se muere. Muchos amigos se han ido. Pero esta no era una muerte normal. Si, ya sé que acá que eso también sucede y a nadie le extraña. La violencia…

No. No fue violencia común. Aldo murió porque en este país pululan seres perversos. Porque el odio, porque el miedo, sí miedo a lo que no suele ser como “creemos”, nos aterra.

A mí me aterra lo que ocurre alrededor, me horroriza pensar que puedo de pronto cruzarme con seres tan viles. Me preocupa ver que en Guatemala nada mejora, que la gente no se muere porque ha vivido muchos años, sino porque la sociedad y todos los estereotipos, complejos, miedos y creencias nos enferman y al final destruyen todo.

Ayer pensando en esto volví a aquel lugar al que solíamos pasar de niños, sabía que no iba a encontrarlo, no sé porque fui hasta ahí, de pronto si las cosas no fueran como son –pesadillas permanentes–, y él aún estuviera vivo y coincidiéramos, quizá no hablaríamos, solo sonreiríamos.

No sé. No entiendo, me harta que pasen cosas así.

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