No es nueva la actitud guatemalteca de afirmar que no importa que roben mientras hagan obra. Así se decía desde los tiempos de Lucas y no digamos en los tiempos de Arzú, cuando una bien mantenida red de carreteras justificaba a ojos de la ciudadanía cualquier cosa que pasara.

Esa visión es terriblemente inmoral porque en materia de corrupción no podemos tener esa actitud de medias tintas ni andar con contemplaciones y por ello ha sido nuestra frontal oposición a que, sin que APM diera muestras claras y categóricas de su buena fe, se llegara a un arreglo que, por lo visto, está cocinado desde el principio. Cocinado desde cuando la CICIG designó al interventor, según éste afirma en una entrevista publicada hoy en Plaza Pública, pues nos consta de manera absoluta que una de las preocupaciones era cómo hacer que funcionara la Terminal de Contenedores.

Y al mismo comisionado Iván Velásquez le hicimos ver que no podía hacerse una negociación para legitimar un acto tan inmoral como el que concretaron Allan Marroquín, Otto Pérez Molina y que se venía promoviendo desde la administración de Colom con la participación de oscurísimos personajes.

Pero terminó prevaleciendo la tesis de que no importa que roben si se hace obra. Solo falta que en vez de una condena a Pérez Molina por recibir el soborno, se le termine condecorando por haber tenido la visión de entrarle a la construcción de esa maravilla de puerto que termina dejando boquiabiertos a quienes no tienen reparos en el origen del negocio ni muestran asco ante la forma en que se operó.

Los guatemaltecos que han sido cínicos en el análisis de la corrupción no están solos porque hay poderosas instancias que comparten esa visión de que los negocios ilícitos, siempre que dejen obra, terminan siendo aceptables.

APM encontró al más fiable y poderoso operador político en Guatemala para sacar adelante la operación que sabían corrupta y se empezó con el nombramiento de un interventor ad hoc, listo para buscar aquel mal arreglo en vez del buen pleito del que habló la Procuradora Morfín. Luego todo ha sido miel sobre hojuelas porque, lamentablemente, no hay cultura contra la corrupción ni la habrá jamás, porque se nos está enseñando que todo se puede arreglar, que siempre puede haber una componenda y que el pueblo que piensa que es una alharaca eso de andar persiguiendo a quienes cobraron comisiones por hacer obra, al final de cuentas tienen razón, aún en medio de lo que algunos llaman Tsunami, pero que no llega ni al pobre oleaje de las mansas aguas de Amatitlán. Estamos viendo el principio del fin de la lucha contra la corrupción.

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