Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Afuera de Estados Unidos la opinión pública sigue con estupor la campaña electoral que terminará el próximo mes de noviembre cuando los ciudadanos de ese país elijan al nuevo Presidente que ha de sustituir a Barack Obama. Y hay estupor porque cuesta entender cómo es que un pueblo que se supone estudiado y que tiene una larguísima tradición democrática puede no sólo considerar la posibilidad de elegir a un ignorante bravucón como Donald Trump, sino que pasa por alto lo ocurrido en estos ocho años.

En efecto, hace ocho años Estados Unidos estaba sufriendo la peor crisis económica desde la gran recesión y los norteamericanos perdían no sólo sus empleos sino sus inversiones y ahorros. El precio de las propiedades se derrumbó en forma estrepitosa y millones de personas que habían comprado sus casas se vieron endeudadas sin posibilidad de honrar las deudas ni siquiera vendiendo los inmuebles. Aparte de eso, Washington había forjado una perversa alianza entre Bush, Blair y Aznar que violentó el orden internacional y provocó una guerra sobre la base de informaciones de inteligencia falsas. Guerra que costó cientos de miles de vidas y que respondió al capricho de George Bush y a la postura abyecta de Blair, a quienes se sumó gustoso en papel de perro faldero el oscuro Aznar.

En estos ocho años Estados Unidos no sólo salió del agujero provocado por la crisis económica, sino que además puso fin a esa intervención militar que es, sin duda alguna, la más inmoral en la historia de ese país, pero la terrible confrontación entre republicanos y demócratas que paralizó Washington abrió las puertas para que alguien sin experiencia política, y también sin preparación ni conocimiento, se metiera astutamente al juego aprovechando que la prensa le daba cobertura a sus extravagantes ideas, al punto de que gozó de presencia en los medios de comunicación gratuita simplemente porque cada día tenía una burrada que decir y que llamaba la atención de la gente.

El factor más importante para el crecimiento del fenómeno Trump, que desfiguró por completo al propio partido Republicano que en esta elección no cuenta porque sus principios y valores fueron sepultados en la verborrea del candidato, ha sido provocar el odio, la división y el miedo entre los ciudadanos de Estados Unidos, propagando ideas apocalípticas que parten de la tesis de que ese país vive ahora su peor momento simplemente porque está siendo gobernado por una persona de color. Cada insulto que Trump lanza a alguien es noticia que ocupa las primeras planas inmediatamente porque hay avidez por gozar con esas expresiones que se mofan de los latinos, violadores y criminales según la descripción de Trump, de las mujeres a las que llama seres sanguinolentos, a todos los musulmanes caracterizados como radicales peligrosos, que se burla de los discapacitados y que ofrece que él, solito y a puro leño, lo va a arreglar todo.

En el mundo hay estupor pero no lo puede haber en Guatemala, donde la gente lleva años eligiendo a Arzú, mucho menos exitoso que Trump, pero más ignorante, prepotente y arrogante, lo cual ya es demasiado decir.

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