Félix Loarca Guzmán

Estados Unidos que se convirtió en la primera potencia económica del mundo y que ahora está perdiendo ese lugar ante el poderío de la República de China, afronta actualmente numerosos desafíos ante un proceso político que desembocará el próximo mes de Noviembre con la elección de un nuevo Presidente, para substituir al actual gobernante Barack Obama, quien defraudó a la comunidad internacional luego de haber abierto, para muchos, la esperanza de una nueva era de relaciones con los demás países.

El actual proceso electoral se ha caracterizado por el desencanto y la frustración del pueblo, que ve con preocupación la decadencia moral de la sociedad estadounidense, con altos niveles de discriminación racial, brutalidad policial, e inseguridad ante constantes tiroteos, el triste legado de ser el principal mercado de consumo de drogas en el mundo, así como fuertes indicadores de pobreza.

Las elecciones en Estados Unidos son siempre un “show”, es decir un artículo de exportación, para difundir al mundo la falsa imagen de supuesta democracia y libertad, que aparentemente caracterizan a la sociedad norteamericana, pero que esconden su verdadero ropaje de un país endeudado, violador de los derechos humanos, irrespetuoso del Derecho Internacional, que con toda impunidad invade militarmente otras naciones para saquear la materia que necesita para su desarrollo. Se hace grande con los recursos naturales de los países pobres.

En la actual contienda electoral participan los dos partidos políticos tradicionales, el Republicano y el Demócrata, que comparten el dudoso mérito de representar a un imperio que ha sojuzgado a muchos pueblos del mundo en nombre de la democracia y la libertad.

La brutal embestida desatada en los últimos meses en contra de Venezuela, mediante una guerra económica y una guerra mediática, para derrocar al gobierno del Presidente Nicolás Maduro, con “gran financiamiento” a los sectores de oposición, se inscribe en esa política injerencista, por ser un país petrolero, dirigido por un gobierno progresista y tener una alta influencia en la región.

Estos dos partidos que representan la élite del poder de Estados Unidos, son más de lo mismo, y no constituyen ninguna esperanza de cambio para América Latina.

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