Alfonso Mata

El ambiente que ha moldeado el cuerpo y el alma del guatemalteco durante cientos de años, no ha sido el mismo para todos, ni nos ha llevado por un rumbo que sea de bienestar para la mayoría, y esa situación tan diversa, apenas si es motivo de conciencia nacional, aunque si de percepción, generando uno de los hechos más dramáticos: la inseguridad y la injusticia, y cualquier modificación que se ha pretendido para cambiar esa situación, ha turbado pero no modificado las estructuras y eso, no ha permitido la transformación a la magnitud que se necesita para lograr un modo de vida que conlleve al bienestar, consolidando en muchos, un modo de vida ancestral cada vez más restringido. Pero ¿será esto cierto?

Desde el siglo pasado, con el advenimiento de los monocultivos subyugando las mejores tierras, de una industrialización desordenada y maquiladora, mucha población se ha visto obligada a vivir hacinadamente en los suburbios de áreas urbanas marginales, y durante el día se ocupa en lugares, fábricas y calles, haciendo un trabajo monótono y muchas veces hasta embrutecedor. En los edificios, las horas diurnas son testigos día a día del sedentarismo y la balbuceo continuo, repetitivo y poco edificante, de oficinistas, empleados de almacenes, funcionarios, médicos, abogados; multitudes que directa o indirectamente, viven del comercio y de la industria, sujetos a sillas, máquinas, computadoras, luz artificial y una mejor condición ambiental, muchas veces mejor que en sus hogares y de los aires contaminantes de sus calles y sus barrios.

Los habitantes de las ciudades disfrutan en sus trabajos, sintiéndose protegidos del ambiente y lejos de la agitación de la violencia que impera en calles y barrios, aunque siempre inconformes.

Los más pudientes habitan en edificios y colonias amuralladas, viviendo al abrigo del polvo, del humo y del ruido; rodeados de prados, árboles y flores, al abrigo de las muchedumbres y los más modestos, viven en apartamentos llenos de confort.

No puede quejarse el guatemalteco de ninguna clase social del siglo XXI. Vive más confortablemente que sus antepasados, rodeado de aparatos y de cosas que le facilitan la vida, lo aligeran del trabajo transformándole el modo de vida y haciéndole crecer el espacio y el tiempo, y por lo tanto, realiza ahora más cosas que las que hicieron sus padres y toma directa o indirectamente parte, en un mayor número de acontecimientos, aunque lo haga casi siempre pasivamente. De tal forma que la familia, el barrio, la cuadra, la parroquia, se han disuelto. Los nuevos inquilinos son los centros comerciales, los grandes espectáculos de luz y sonido, artísticos y deportivos; las pantallas planas o curvas en todas sus expresiones y usos; las gigantescas universidades albergan multitudes de ilusiones que se mueven en congestionados medios de trasporte. Todos nos hallamos conectados y en comunicación cada vez más lejos de la naturaleza.

Si miramos nuestros hábitos, estos también han cambiado: la comida, lo que comemos y cómo lo comemos, como dormimos. La educación y la formación, en todas partes se va a la escuela, la juventud se compromete con el saber sin saber y con la ciencia aunque más con la técnica y muy de vez en cuando con la religión. El mundo del hogar, del trabajo y la diversión es bullicioso, colorido y todo lo que hacemos está influido por la higiene y en medio de todo ello, las familias dejan de diezmarse menos por enfermos o enfermedades, ahora lo hacen en búsqueda de anheladas satisfacciones instintivas, modeladas por la publicidad y la industria, que poco a poco, de la mano de la ciencia y la técnica, han ido haciendo que los valores morales pierdan terreno; la razón y el instinto, van barriendo las creencias religiosas, la gente se satura de propaganda política, comercial y social, moviendo a cada uno con una intensidad y cambio que resulta inconsciente.

Bien en medio de todo ese cambio y revolución de la existencia humana, parece injusto el preguntar ¿por qué no se es feliz? Ya que el hombre que piensa, observa y razona es inquieto y deprimido por sus apetitos; en cambio el que se deja llevar, está movido únicamente por deseos, movido por ilusiones y esperanzas, fascinado por el amor a las cosas y la acción. Ahora nuestro destino, se halla en nuestras manos.

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