Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hasta mediados del siglo pasado las tiendas de barrio eran las verdaderas abarroterías de los hogares, en una época en la que no existían ni las cadenas de supermercados ni mucho menos las tarjetas de crédito. La compra al “fiado” era práctica común y no hacía falta firmar contratos con letra menuda, sino que simplemente el tendero se fiaba del vecino y éste confiaba en que el tendero llevaría correctamente las cuentas que iba apuntando en un sencillo cuaderno. A fin de mes el comprador recibía su sueldo e iba a la tienda a pagar su deuda en un proceso que se repetía una y otra vez sin contratiempos porque existía esa confianza producto de la buena fe y del conocimiento que había entre unos y otros.

Con el tiempo empezaron a aparecer letreros en las tiendas que decían: “Fiado se murió; mala paga lo mató” y poco a poco un mecanismo sencillo y ágil de crédito fue pasando a la historia porque poco a poco se fueron perdiendo aquellos principios generadores de la confianza, cuando una deuda comprometía el honor de las personas que tenía un valor sagrado. Es difícil determinar el momento en que se trastocaron los valores y dejó de ser importante el buen nombre, el reconocimiento a la decencia para dar paso a nuevos paradigmas basados fundamentalmente en medir el éxito por lo que se acumula y posee y no por esas “viejadas” que tenían que ver con lo que para algunos eran “acrisolados principios”.

La sabiduría popular explicó de manera muy sencilla el fenómeno por el cual la práctica de fiar en los semejantes fue cayendo en desuso hasta desaparecer de nuestro acervo. Hoy los jóvenes no saben lo que es comprar al fiado porque los hechos demostraron que no había razones para operar con base en la confianza que era el elemento fundamental de esa vieja práctica.

En otras palabras, la realidad y las evidencias hacen que viejos conceptos vayan desapareciendo cuando sirven para demostrar que la modernidad sopla en nuevas direcciones.

Y eso ocurre ahora con el concepto de la persona inocente, puesto que así como la mala paga mató la compra al fiado, la corrupción está matando el concepto de que las personas que se meten al juego político de los negocios con el Estado son inocentones individuos que no sabían lo que estaban haciendo o que se desmarcan del resultado de sus acciones.

Cuando se escuchan las explicaciones de muchos de los sindicados en el Caso de la Cooptación del Estado, uno se da cuenta que nos quieren ver la cara de babosos con eso de que no sabían el uso que se iba dar al dinero que pusieron supuestamente para financiar campañas políticas y que no pretendían nada a cambio. Hasta dicen que los contratos multimillonarios que les dieron no tienen nada que ver con el dinero que les regalaron a los candidatos bajo la mesa.

Cada vez que veo las pruebas de cómo se operó para cooptar al Estado y cuando se da uno cuenta de la cantidad de gente mencionada, y eso que faltan los grandotes, los que no hablaban con Monzón sino con “el mero mero o la mera mera”, termino convencido de que Inocente se murió; la corrupción lo mató.

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