Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Por mandato constitucional y respeto al debido proceso, tenemos que respetar la presunción de inocencia de cualquier persona que no ha sido condenada en un proceso penal diligenciado con todas las garantías y la justa valoración de la prueba. Sin embargo, eso no puede traducirse en tratar de desacreditar las acusaciones formuladas con base en investigaciones serias como las que vienen realizando la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala y el Ministerio Público respecto a los casos de corrupción.

Hay que garantizar la presunción de inocencia, pero no hay que impulsar la presunción de que los guatemaltecos somos una bola de idiotas que no podemos discernir. El hecho cierto, irrefutable y absolutamente contundente es que el país ha sido hundido en un mar de corrupción por la colusión constante entre financistas de campaña y los políticos que desde hace muchas décadas vienen participando en ese juego por el cual cada cuatro años cambian los actores en el bando político, pero los actores en el sector que los financia y manipula siguen siendo los mismos salvo algunas adiciones que se producen cuando en cada gobierno se van creando nuevas empresas que son vehículo para la corrupción.

Podemos tener, justificadamente, la presunción de que existe un entramado entre particulares que controla a los políticos, decidiendo cada cuatro años cuál será el ungido para que les mantenga sus negocios que les permiten vender caro al Estado, construir obras sin supervisión que terminan siendo mamarrachos, o embolsarse millones mediante pagos pactados dizque para compensar el aporte de campaña y siempre el resultado es que por cada millón aportado, el inversionista se lleva cien, salpicando a los funcionarios de turno.

Por una vez en nuestras vidas, los guatemaltecos tenemos que mostrarnos intolerantes con los corruptos, sean políticos o particulares que se alzan con los bienes públicos. Porque ha sido nuestra tolerancia, justificada con la eterna cantaleta de la presunción de inocencia lo que nos lleva evitar el juicio severo. Si camina como pato, se mueve como pato, nada como pato y, además, hace cuac cuac, obviamente es un pato, se ha dicho siempre. Si alguien amasa enormes fortunas mediante contratos que les otorgan en uno y otro de nuestros pícaros gobiernos, obviamente también son como los patos, identificables por esa eterna ligazón con los pícaros.

Y es que es un juego de doble vía, puesto que los financistas usan a los políticos para asegurarse los negocios en el Estado, y los políticos usan a los financistas para tener sus cuatro años de gloria con la oportunidad de volverse millonarios. Los políticos, sin embargo, son aves de paso, mientras que los otros, los que tienen la sartén por el mango desde hace décadas, son los que mediante el chorro del financiamiento de campañas políticas deciden en esta pistocracia.

Quien me diga que vivimos en democracia luego de haberse comprobado que esta es, como he dicho durante los últimos veinte años, una pistocracia, tiene que ser un cínico porque aquí el voto no cuenta y el único mandato que recibe el político es el de poner el aparato del Estado al servicio de quienes le llenaron los bolsillos para hacer campaña.

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