Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Tuve la dicha de cuando era niño mi abuelo me sentara en sus piernas para darme sabios consejos. Un día recordó el refrán popular que hoy utilizo en este comentario para explicarme que los años no pasan en balde y que hasta pasados los 50 nos vamos dando cuenta que nos queda menos tiempo del que ya hemos vivido. Por ello, por la experiencia y los conocimientos adquiridos ahora nos permiten comprender mejor al ser humano, en especial al político cuando habla sus medias verdades, como aquellas de no poder ejercer su autoridad si no gozan del derecho de antejuicio. De verdad que los manipuladores muchas veces resultan intolerables.

El político en Guatemala tradicionalmente no tiene cortapisa en su lucha por alcanzar un cargo público. No importa sobre qué tenga que pasar para lograrlo, fuera mentir, falsear o tomarle el pelo a medio mundo, incluso asegurar firmemente que es honesto e incapaz de hacer algo malo, mucho menos cometer un acto corrupto o un mal manejo de los recursos públicos. Pero es llegando al tan ansiado puesto y empieza a darle vuelta a las palabras y sus valores y principios los manda al basurero de la zona 3 sin ningún recato ni rubor alguno, cuando se supone que ese era el preciso momento de hacer valer el juramento que pomposamente había realizado no hace mucho.

Que yo sepa, nadie con inmunidad es más grande, más capaz o más competente, como tampoco garantiza la gobernabilidad del país ni de ninguna otra entidad. El antejuicio creado jurídicamente para defender a los políticos honestos de la gente que deshonestamente haya querido hacerle daño o causarle algún perjuicio pasó a la historia. Fueron los mismos políticos los que se encargaron de hacer pedazos la génesis y la justificación del mismo. Fueron ellos y nadie más quienes le demostraron al ciudadano que estaba equivocado, que era un iluso o un soñador pues la inmunidad la había empleado en su propio beneficio.

De ahí que después de haber vivido, gracias a Dios, algunos años más después de los 50, pueda ahora asegurar con absoluta certeza que si en verdad queremos combatir con eficacia a la impunidad, todos, los alcaldes, los diputados, los magistrados y jueces y hasta los tres presidentes de los organismos del Estado debieran dejar de gozar del ahora tan mentado derecho de antejuicio. La inmunidad en el ser humano no lo hace más grande. El ser intocable tampoco hace más inteligente, más eficiente, ni más capaz a nadie. Pero, si se tuviera duda, con solo preguntarle a los ciudadanos concluiría que “en Guatemala la inmunidad sí es sinónimo de impunidad”.

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