Eduardo Blandón

Si los cambios estructurales de un país dependieran de la capacidad de protesta expresada en las redes sociales, las revoluciones se lograrían sin prisa.   Cirugías sin dolor.  El cambio perfecto.  Al primer malestar, los ciudadanos conectados, a punto de “tweets” y notificaciones, harían florecer revoluciones rosas y verdes.

Lastimosamente no es así.  Nuestra indignación no rasga la coraza de los gestores políticos por una especie de vacuna antivírica que impide contrarrestar la enfermedad moral que padecen.  No los alcanza.  Por ello, es necesario idear otro tipo de estrategias que contribuyan a suavizar la dermis para una inoculación efectiva.

No escribo de renunciar a la presión por la vía “On line”.  Todo lo contrario, es importante fortalecerla para crear las condiciones que favorezcan discursos de cambio.  Para avivar deseos y estimular la inventiva para movimientos inteligentes en el ajedrez político.  Sin candidez, sabiendo que las transformaciones no suelen ser fáciles.

Sugiero consolidar la crítica twittera dando pasos de más.  Ir más allá de nuestra participación en las aplicaciones para exigir y proponer a través de organizaciones, por ejemplo, que sirvan de fuerza efectiva para ejercer contrapesos al sistema opresor en el que vivimos.  Solo así, creo, podemos accionar significativamente para consolidar cambios en el sistema político.

Creo que la historia reciente ha demostrado las posibilidades de la sociedad civil organizada.  Se han dado pasos.  Las redes sociales fueron importantes y demostraron ser un recurso poderoso.  Con todo, tenemos que ser más creativos y ejercer nuestra ciudadanía de forma que los políticos puedan sentir que somos una sociedad que trasciende la comodidad de las redes.

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