Raúl Molina

Los condenables atentados de Bruselas, con 34 personas muertas y cientos de heridos, nos hacen visualizar los efectos terribles del terrorismo. No solamente hubo muchas lamentables víctimas, sino que también se aumentó el terror en la población, objetivo último de los autores intelectuales de las acciones. En los años 50, cuando muchas mentes y corazones se abrieron al comunismo en muchas partes del mundo, las mentes más perversas de las potencias occidentales idearon el anticomunismo, que sembró muerte y terror durante medio siglo, con particular violencia en Guatemala. Hoy, el terrorismo, surgido con el artero ataque de las Torres Gemelas después del colapso del bloque socialista, es enfrentado con una forma de contraterrorismo de igual brutalidad, invento de las mentes perversas del gobierno de Bush. La ONU, por su parte, ha definido una serie de mecanismos para enfrentar el terrorismo, pero no lo ha definido. Cada Estado lo define y recurre a las medidas existentes, lícitas e ilícitas, para combatirlo. Nada, absolutamente nada, justifica un acto terrorista que cobre vidas humanas; pero, igualmente, nada justifica los crímenes de lesa humanidad y otras graves violaciones de los derechos humanos que utilizan algunos Estados, supuestamente para combatir los actos terroristas.

Urge la definición y clasificación de los terrorismos. Hay «terrorismo de Estado», es decir, las modalidades aplicadas por regímenes autoritarios para controlar a sus poblaciones, como las «guerras sucias» en América Latina; existe el «terrorismo de los poderosos», los cuales emplean la ley y la violencia para perseguir sus intereses, aunque estos produzcan la muerte de miles de personas; existe el «terrorismo de grupos» que normalmente persiguen intereses económicos o políticos, como el caso del Estado Islámico o Al Qaeda; y existe el contraterrorismo, aplicado por Estados, que termina en la muerte de decenas de miles de personas, que pasan a contabilizarse como «daños colaterales», y con el temor generalizado. Como resultado, el mundo se subsume cada vez más en la espiral de terror.

Una segunda idea es que el «terrorismo de grupos» no se combate con guerra ni con niveles mayores de militarización, sino que con policías efectivas que cuenten con el apoyo de la población. Veremos cómo reacciona Bélgica, aunque nos alienta que su Rey haya prometido guardar la calma en vez de buscar quién se la paga. El terrorismo de grupos en muchas ocasiones es una reacción desesperada a situaciones de violencia e injusticia impuestas por las Potencias. Si esa es razón para que surjan los fanáticos que han de llevar a cabo las acciones, es claro que las Potencias deben renunciar a adueñarse de recursos por otras formas que no sean la legítima compra a los legítimos dueños -los pueblos de otros países. El Oriente Medio ansía que más temprano que tarde la presencia invasora y destructora de las Potencias y sus adláteres se erradique de su mapa, así como que sus valiosos recursos sean administrados por sus pueblos para beneficio de ellos. En tanto, el «terrorismo», siempre acompañado de un brutal «contraterrorismo», continuará aumentando la espiral del terror.

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