Por Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt
@JAVIEResTOBAR

En una de mis primeras experiencias como periodista, hace unos nueve años, tuve que cubrir el asesinato de un motorista que fue baleado en la 1ª. avenida de la zona 1 capitalina, a solo unas cuadras de La Hora. El cuerpo inerte tendido sobre el asfalto caliente, los mirones rodeando la escena del crimen y los rostros de los policías indiferentes que atendían el caso armaron un escenario novedoso para mí, que por primera vez atendía un suceso impactante y doloroso.

Minutos después se presentaron la madre y otros familiares de la víctima al lugar. La mujer, ya de avanzada edad, en principio parecía tranquila, pero en cuestión de segundos rompió en llanto. Quería abrazar a su hijo y nada más; otras personas cercanas la detenían y le pedían que se calmara. No existen las palabras que puedan describir esa escena con precisión.

Palabras más, palabras menos, recuerdo que la madre decía que jamás se iba a hacer justicia y que la muerte de su hijo quedaría en el olvido. En ese momento pensé que un suceso tan trágico y triste difícilmente podría ser olvidado. Pasaron varias semanas y la imagen impactante del crimen no se podía ir de mi mente y pensaba, con inocencia, que el país había cambiado después de la muerte de un hombre trabajador.

Guatemala es un país de tragedias cotidianas. El asesinato de un motorista, las desapariciones forzadas, la muerte de un niño desnutrido en la calle, el femicidio de un ama de casa, las muertes por negligencia en el transporte público y muchos otros sucesos tristes que ocurren a diario se quedan en el olvido. Y las cosas siguen igual.

Puede culparse a los medios de comunicación que se priorizan las noticias de coyuntura, a las dificultades cotidianas que ocupan nuestra rutina o al sistema de autoprotección emocional que muchos creamos para ser intentar inmunes al dolor, pero lo cierto es que olvidamos las tragedias y así nos acostumbramos a vivir con ellas, y las aceptamos como algo “cotidiano”.

Si bien los acontecimientos trágicos de las últimas semanas despertaron la indignación de muchos guatemaltecos, también hay que hacer ver que no conseguimos transformar ese sentimiento de enojo y dolor en acciones que nos ayuden a cambiar, precisamente, la situación lamentable del país.

Creo que debemos apostar a la articulación de los esfuerzos colectivos y motivar la organización ciudadana para construir un país más seguro, justo, equitativo y solidario, ya que está visto que la indignación por sí misma no es útil; desde las instituciones públicas y privadas, organizaciones sociales y a lo individual, en nuestras comunidades, tenemos que buscar espacios de incidencia para resolver los problemas del país.

En retrospectiva ahora pienso que estaba equivocado. El asesinato del motorista quedó en el olvido. Pero sí que tenía razón en algo. Guatemala cambió después de esa muerte, así como también cambia todos los días cuando la violencia y la impunidad se cobran las vidas de decenas de guatemaltecos, y cuando las personas que estamos llamadas a hacer el cambio seguimos indiferentes y optamos por olvidar. No seamos súbditos del olvido.

Artículo anteriorTerrorismo y contraterrorismo
Artículo siguienteGuatemala: impunidad, privilegios, saqueo y muerte