Guatemala ha estado, por razones más que obvias, en el ojo mundial por el tema de los Derechos Humanos mientras una sociedad absolutamente contradictoria se sigue debatiendo entre quién es peor, si el que quiere reconocer abusos del pasado y derechos para el futuro o quien cree que todo está bien porque el mismo mercado ha hecho su trabajo haciendo gozar o sufrir a unos y otros.

La época del conflicto armado interno vino a radicalizar dichas posturas y, encima de todo, a generarnos las peores situaciones de violaciones de derechos individuales porque llegamos como sociedad a tolerar la muerte como método de solución de conflictos, de sumisión o de erradicación, pero eso no significó que la situación de los Derechos Económicos y Sociales, de Familia, Género, Niñez y Adolescencia estuvieran en mejores condiciones. Simplemente de ellos se habla menos.

Y ahora entramos a una etapa mucho más complicada porque nos quedamos con una sociedad más dividida y polarizada que en el conflicto armado interno, con la misma tolerancia hacia la ejecución y la violencia, pero con parámetros más profundos de división entre ese acceso a las oportunidades, a los más básicos servicios que incluyan la administración de la justicia, educación, salud y un ambiente de paz verdadera que incluya desarrollo para los ciudadanos.

Y decimos que es contradictoria nuestra sociedad porque mientras promovemos los famosos salarios diferenciados, no queremos aceptar que la ya amplia diferencia de salarios entre Estados Unidos y Guatemala ha provocado la migración desmedida sin que nosotros, con un salario comparativamente bien diferenciado, hayamos logrado sacar de la pobreza a la mayoría de los ciudadanos.

Pero también porque los que quieren la globalización de sus productos, quieren secretividad y aislamiento para aplicar sus métodos de producción baratos. Mientras también tenemos una sociedad civil que muchas veces pelea entre sí por espacios.

Aceptamos que la impunidad nos ha consumido como nación, pero cuando la justicia empieza a andar se quiere utilizar la ideología como prueba de descargo, en algunos casos, o como razón de condena en otros.

Estamos ciegos porque tenemos marcado el camino de manera sencilla. Nos han dicho que no podemos encontrar la paz mientras la administración de la justicia esté en manos equivocadas. Que no podemos ser transparentes, mientras queramos que la oscuridad nos acompañe en nuestras acciones y decisiones.

Y en resumen, como podríamos deducir del informe de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, el camino en lugar de acortarse, parece que lo alargamos porque la brecha para ser una sociedad justa, con observancia de los derechos más fundamentales, se amplia.

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