Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

El día de ayer fue uno de esos días que pueden pasar a la historia porque retrató particularidades muy especiales de este glorioso sistema que nos rige, el que muchos se resisten a cambiar y en el que la mayoría ya se acostumbró a vivir utilizando la indiferencia como herramienta para seguir adelante.

Primero, empezó Salvador González alias “Eco” a contar cómo se habían fraguado los negocios y quién le daba las órdenes, luego de que un operador de la exvicepresidenta Roxana Baldetti, lo había contactado para que se hiciera cargo de las inversiones de ésta.

Como bien dice hoy el editorial de La Hora, este caso es emblemático porque no podemos cometer el error de pensar que esta forma de actuar es exclusiva de Otto Pérez y Baldetti; así es la forma en la que ha venido operando nuestro Estado desde Cerezo a la fecha, es decir, organizado a través de un sistema cuyo cohesionador es el negocio y la corrupción en sus más diversas modalidades.

El negocio de la corrupción es tan lucrativo y antes era tan impune que los actores que se prestan a ese juego son muchos, tradicionales o emergentes, shumos o de cuello blanco, burdos o sofisticados; la declaración de “Eco” nos debe abrir los ojos de que este sistema está colapsado.

Y mientras cantaba “Eco”, en el Congreso los diputados se pintaban de cuerpo entero. La reforma política que está o estaba por aprobarse, no resuelve los problemas de fondo del sistema político, pero avanzó con el dulce de la equidad de género y de etnia. A pesar que la reforma era un “parche”, los diputados se dieron el tupé de mandarla por un tubo, al punto que no se sabe qué engendro saldrá de tales reformas.

Y digo que esto también retrata a nuestro sistema, porque con total desfachatez los diputados se sienten a sus anchas para decir: AQUÍ NO VA A CAMBIAR NADA, LE GUSTE A QUIEN LE GUSTE, sabiendo que una sociedad sumisa e indiferente refunfuñará en las redes y en las sobremesas, pero nada más.

No importa qué sea usted, no importa si usted es un empleado, un ama de casa, un empresario o peor aún, uno de los tantos millones que sufren los embates de la pobreza y la falta de oportunidades, debe realizar que lo de ayer nos enseña para qué está organizado nuestro Estado y eso es para satisfacer el interés de unos pocos en detrimento del bienestar de la mayoría, siendo necesario que usted sea corrupto e inescrupuloso para sacar ventaja a todos los “idiotas” que operan bajo las reglas del juego.

Mediante negocios, influencias, corrupción e impunidad las mafias han logrado copar todo, y hay que reconocerles la habilidad que tienen para operar; hasta abril de 2015 todos los hacían sabiendo que Guatemala era un genuino paraíso de impunidad garantizada.

Hoy las cosas son un tanto indiferente, pero con un Ministerio Público (MP) sin recursos, una Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) que cada vez tiene más enemigos y con jueces honrados desprotegidos, será imposible avanzar a menos que usted decida hacerse escuchar y mandar un mensaje fuerte y claro que ya estamos hartos. La pregunta del millón ¿será que ya estamos hartos o aguantamos más?

Artículo anteriorLa venganza de las tarjetas de crédito
Artículo siguienteUn simple caso