Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Estoy seguro que nadie le pide a nuestros políticos algo que esté fuera de sus posibilidades sin embargo, ¿podrán aceptar de buena gana los actuales diputados al Congreso los requisitos mínimos establecidos en la Constitución de ser capaces, idóneos y honrados en su desempeño? De ahí que considero muy difícil concebir que quienes no han satisfecho tales requerimientos acepten tales normas y respondan con gusto a la petición popular de cambiar aquellas que perjudican a la mayoría. ¿Es que alguien cree que los 158 diputados de buena gana aceptarían ser sometidos a las pruebas necesarias para demostrar que llenan los requisitos mencionados, sabiendo que no las pasarían en ninguno de los tres rubros? ¿Podrían entonces ellos estar de acuerdo en que una entidad neutral, ética y profesional los evaluara?

Nadie los está echando de su curul, pero eso no significa que la población no se haya percatado que el quid del asunto está en que los diputados, además de no ser capaces, ahora se estén haciendo como que no entienden la verdadera situación. No queda otro remedio entonces que masivamente la población tiene que manifestarse para hacerles saber que ya no soporta más engaños o falsas promesas; de que si queremos salir del Estado fallido en que nos encontramos solo se puede lograr con verdaderas y efectivas reformas y no más con parches, como bien lo calificara recientemente el Licenciado Mario Guerra Roldán.

Hay que ser claro y contundente, nadie está pidiendo cosas del otro mundo, sino simplemente que tanto las autoridades, las organizaciones políticas, los órganos y los procesos electorales deben estar debida y correctamente regulados para que exista una efectiva democracia y no más un remedo de la misma, como hasta la fecha hemos estado. De ahí que ahora resulte aceptable la sabia frase aquella que dice “no hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante” pues ha venido a resultar positivo para la población esa jugarreta habida entre el Congreso y la Corte de Constitucionalidad, pues ello terminó de abrirle los ojos a la población, pues todo ese menjunje de disposiciones dictadas no han logrado convencer a nadie.

En todo este asunto no hay división de opiniones. La mayoría buscamos el bien, pues en cuestiones de política o de elecciones no hay nada subjetivo. Así como el ser humano requiere de aire puro o de agua potable para poder vivir, es una verdad independiente de nuestra opinión subjetiva, que la paz y la justicia que requiere la democracia para subsistir necesita de normas claras y valiosas para todos y que solo los interesados en negarlo podrán oponerse, tal y como se ha venido haciendo.

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