Lucrecia de Palomo

¡Yo creo en la vida! Estoy contra el aborto, la eutanasia y el sicariato. Tres prácticas asesinas que como nunca antes, ahora se expanden. En un mundo tan materialista, donde los valores están cambiando y se hostiga a los hombres por todos los medios que la felicidad está en tener y no en ser; en donde la justicia social es casi inexistente y algunos empresarios y políticos se aprovechan de su posición para enriquecerse vilmente mediante justificaciones banales, cuesta mucho conservar la vida que se cambia por un puñado de dinero.

Porque creo en la vida, la semana pasada, presentamos con la asociación Hoy por Guatemala, a diputados y a diferentes bancadas del Congreso un proyecto de iniciativa de ley que retoma el Estado de Derecho. Posibilita la viabilidad al indulto en el proceso judicial de la pena de muerte, vigente en el Código Penal. Se busca resguardar la vida de los ciudadanos trabajadores que están siendo asesinados todos los días por sicarios. Guatemala posee más de 15 millones de habitantes, a los cuales el Estado debe proteger y garantizarles la vida. Sin embargo desde hace 15 años esta práctica prolifera, progresa y se expande a todo el país: la industria del sicariato. Las cifras de ejecuciones son alarmantes. Pero lo peor de ello es cómo el Estado y la sociedad le restan importancia al tema; no sé si es por miedo, por desconocimiento real del flagelo o simplemente porque les es lejano a quienes aún no les ha tocado vivirlo en carne propia.

Otro dato curioso de esta propuesta es que destapó un mito urbano, uno que se repetía hasta que llegó a creerse: la pena de muerte no es viable en nuestro país por el Pacto de San José. Se dijo que dicho Pacto, del cual Guatemala es signatario, la prohibía y por tanto no se daban las condiciones. Se mostró la falsedad del mito.

Para no quitar el dedo de la llaga y asegurarse que siga en suspenso, los señores de los DD. HH. ahora presentan otros argumentos, tan falaces como el anterior, mismos que pueden y deben ser rebatidos. Argumentaré sobre uno de ellos: el hecho que casi ningún país lo aplica en América Latina, aun cuando está vigente por lo adverso. Me pregunto ¿ha mejorado el nivel de violencia en esos países? Basta ver Latinoamérica y nos damos cuenta que, aun cuando no se aplica la pena de muerte, el comportamiento social es violento y sus instituciones poco fuertes. Por tanto, creo yo, el no aplicarla no significa que su sociedad sea mejor ni peor. Lo que sí, es que por cada sicario en la calle o encarcelado, se permite que 15 o más ciudadanos sean ejecutados por él, pues ese es el promedio de asesinatos que comete.

Abolición o ejecución de la pena de muerte, son términos que se han utilizado por muchos años en todas las sociedades. Aun las más desarrolladas tuvieron ejecuciones judiciales en sus momentos álgidos de formación social hasta alcanzar el fortalecimiento de sus instituciones, lo que está muy lejos aún Guatemala de alcanzar. Ellos tuvieron un caminar que a nosotros nos está siendo negando y que por copiar el producto final de otros países se imposibilita alcanzar lo nuestro. No se puede poner a correr a un niño, cuando aún no logra sostener la cabeza. Se debe sufrir el proceso para preservar la vida.

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