Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá.” Horacio

Soy una persona eminentemente institucionalista, por lo que considero que las instituciones garantizan un sistema democrático, y que las mismas deben preservarse sobre las personas, pero que sin embargo las segundas pueden destruir a las primeras.

Se tiende a condenar a las instituciones, por lo que las personas que las conforman hacen de ellas, cuando a quienes se debe juzgar es a las personas y mantener a las instituciones, ya que sin las mismas un Estado no funciona, aunque en un momento determinado, la población desconfíe de ellas, hay que respetar la esencia de las mismas, por ser parte medular de cualquier sistema.

En ese sentido, debemos rescatar a las instituciones tal cual son, no buscar solamente en la legislación las falencias de las mismas, que la ley puede ser muy buena, pero siempre existirá quien tergiverse su contenido, para saciar intereses personales y espurios.

Viene a colación lo anterior, por varios ejemplos vividos recientemente, que nos permiten hacer un análisis de lo anterior, por ejemplo el MP, muchas veces condenado, por considerarlo un órgano del Estado que servía a las mafias, no a las personas, sin embargo desde hace un año aproximadamente la confianza en el mismo se hizo patente, pero ¿Se modificó su ley Orgánica? No, ¿se trasladó el edificio a otro lugar? Tampoco, lo que cambio fue la mística de trabajo de sus altas autoridades, y la desconfianza que en un tiempo rodeo a la institución, desapareció para convertirse en una de las instituciones mejor valoradas.
Lo mismo sucede con todas las instituciones del Estado, la mayoría surgen con un propósito de cambio o desarrollo de la sociedad, sin embargo, quienes hacen posible el funcionamiento de las mismas, las prostituyen por fraudulentos, haciéndolas elefantes blancos, para el enriquecimiento de quienes ven en el Estado, una forma de hacerse millonarios sin importar el costo real de sus acciones.

Un ejemplo del antiinstitucionalismo, lo encontramos en el RENAP, cuyo origen fue ser un arca abierta para beneficios ilegítimos, y probado está que desde su creación, lejos de ser un ejemplo del buen hacer, y de servicio a la comunidad, es y ha sido un cajón sin fondo, en el que unos más que otros han encontrado en el mismo una forma de aumento de la corrupción, prueba de ello son las noticias, que se han convertido en el pan nuestro de cada día, derivado del alto grado de corrupción en el mismo, sin que hasta el momento alguien ponga un hasta aquí, pudiendo haber sido un ejemplo del buen servicio a la comunidad, desafortunadamente no ha sido así.

Ejemplos como el antes citado, abundan pero, esta no debería ser la regla, sino la excepción, desafortunadamente no es así, pero esto no significa que no aboguemos por el buen desarrollo de las instituciones y que las mismas deben prevalecer sobre las personas que se encargan de envilecerlas para su enriquecimiento propio, o de terceros que las utilizan desde fuera.

Otro problema que vivimos, estriba en creer que modificando la ley, o en otro contexto creando nuevas instituciones que sustituyan a otras, va a cambiar un subsistema perverso que prevalece, la mayoría de las veces sobre el sistema en sí.

Un ejemplo es la SAT, institución que fue creada en época del PAN, con el argumento que la Dirección General de Rentas Internas, que era parte del Ministerio de Finanzas, era un nido de corrupción, sin embargo a los pocos años de su creación, se empezaron a escuchar rumores sobre malos manejos en la misma, hasta llegar al caso como La Línea, pero ¿Quién es el malo, la institución, o las personas? Naturalmente las personas, por lo que fomentar cambios en la ley que la creo, con las mismas personas no hará la diferencia, lo único que sucederá, será maquillar a la misma para tapar la podredumbre.

Cambiemos como seres humanos, que si nosotros no lo hacemos, no podemos esperar que las instituciones lo hagan.

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