Luis Enrique Pérez

Las acciones destinadas a conservar el ambiente natural deben partir del principio de que, en el estado actual de la ciencia y la tecnología, el desarrollo económico y la conservación del ambiente natural son compatibles. Entonces, ni el desarrollo económico tiene que destruir el ambiente natural, ni la conservación del ambiente natural tiene que obstaculizar el desarrollo económico. En ningún sentido el ambientalismo ha de significar esplendor de la naturaleza y obligada miseria del ser humano, ni la ciencia de la ecología ha de convertirse en obstinado ecologismo político absurdamente primitivista.

Podemos suponer que nadie quiere aire impuro, agua contaminada, flora destruida y fauna muerta. Nadie quiere una humanidad que no pueda beneficiarse racionalmente de los recursos naturales, sean recursos llamados «renovables» o sean recursos llamados «no renovables». Nadie odia a la Naturaleza. Nadie quiere malestar. Nadie quiere pobreza. Contrariamente, podemos suponer que todos quieren aire puro, agua limpia, flora espléndida y maravillosa vida animal. Todos quieren una humanidad que pueda beneficiarse racionalmente de recursos naturales extinguibles o inextinguibles. Todos aman la Naturaleza. Todos quieren bienestar. Todos quieren riqueza.

En el estado más próximo a la naturaleza, el ser humano es más pobre o menos rico. En el estado más alejado de la naturaleza, es decir, en el estado de civilización, el ser humano es más rico, o menos pobre. La naturaleza, por supuesto, no es obra del ser humano. La civilización, contrariamente, es obra de él. Es obra de su actividad consciente, inteligente y creativa. Esa actividad incluye un proceso de cooperación social mediante la división del trabajo; y de ese proceso surge una riqueza excedente con la cual es posible crear medios de producción, o capital, que multiplican la capacidad productiva del trabajo.

Superar el estado de naturaleza y pasar al estado de civilización, no significa, por ejemplo, innecesariamente destruir plantas y animales, o alterar antieconómicamente los ciclos del agua, el carbono, el oxígeno, el nitrógeno o el fósforo. Más bien el ambiente natural es la base sobre la cual se erige el magnífico edificio de la civilización. Es imposible, sin embargo, construir este edificio sin alterar la base; pero esa alteración no tiene que ser destructiva o antieconómica. Por ejemplo, si el ser humano, mediante la agricultura, altera el ambiente natural, no necesariamente lo destruye, menos aún actualmente, cuando dispone de suficientes conocimientos científicos y tecnológicos para incrementar la productividad económica y, a la vez, preservar los recursos naturales y hasta sustituirlos por recursos artificiales más eficaces.

Una etapa esencial del progreso de la humanidad consiste en el tránsito desde el estado de naturaleza o estado de mayor pobreza, hasta el estado de civilización o estado de mayor riqueza. En esta transición, una condición necesaria es el desarrollo económico, o proceso mediante el cual se incrementa la producción, el intercambio y el consumo de bienes y servicios económicamente valiosos. El proceso de producción es posible porque se utilizan recursos naturales; pero precisamente la ciencia y la tecnología le confieren creciente racionalidad a esa utilización, y hasta pueden contribuir a tener un ambiente mejor que el originalmente creado por la naturaleza.

Post scriptum. Las acciones destinadas a conservar el ambiente deben permitir el desarrollo de todas las actividades económicas, incluidas las actividades que utilizan recursos naturales, entre ellos los bosques, los ríos, los yacimientos petrolíferos, y los metales que hay en el suelo o en el subsuelo. Obstaculizar esa utilización cuando la ciencia y la tecnología le confieren creciente racionalidad, es fomentar la pobreza, la cual es precisamente propicia para destruir o para utilizar antieconómicamente los recursos naturales, como los bosques.

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