Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En Guatemala se repite hasta el cansancio, al argumentar en contra del salario mínimo, que el peor salario es el que no se tiene y ese peregrino razonamiento se ha utilizado una y otra vez para justificar la imperdonable decisión de Maldonado Aguirre de crear los salarios mínimos diferenciados, pero por debajo del mínimo legal. Pero hay que decir que también se usa ese argumento para justificar violaciones a la obligación legal que tiene todo empleador para pagar un salario mínimo y por ello es que hay muchísimos negocios, tanto en la ciudad como en el campo, en donde no se cumple con la ley en materia de sueldos.

Siguiendo la lógica de ese razonamiento uno entiende por qué en Guatemala, sin que estuviera establecida y reconocida legalmente la esclavitud, se pagaba a los mozos de las fincas con migajas de maíz y puñados de azúcar, lo suficiente para que pudieran seguir partiéndose el lomo día a día en la siembra y cosecha. Peor es nada, se ha de haber pensado, y no me sorprendería que algunos hasta pensaran que estaban haciendo un favor a los campesinos porque, sin ese pago en especie no tendrían ni siquiera alimentos para consumir.

Creo que tenemos que ser serios y entender de una vez por todas que el trabajo dignifica siempre y cuando el salario sea también dignificante y que la actividad productiva depende tanto del capital como del trabajo, siendo necesario que ambos sean realmente justipreciados. Así como no se puede producir sin inversionistas que pongan capital y conocimiento empresarial, tampoco es posible la producción sin mano de obra que permita la transformación de los bienes o su comercialización y tanta protección merece el inversionista como el trabajador.

El mundo entero ha evolucionado de manera que ahora ya no se permite el pago en especie a los trabajadores en casi ningún país, aunque se sabe que hay otros en los que todavía se recurre a esos métodos coloniales. En el mundo entero se establecen garantías mínimas para los trabajadores precisamente porque la historia está llena de abusos cometidos en su contra y debido a esos abusos es que se impuso la necesidad de códigos nacionales y acuerdos internacionales que tienen la finalidad de garantizar derechos mínimos irrenunciables para quienes trabajan.

El tema de la dinamización de la economía no puede pasar por un retroceso en el tema laboral, porque sería tanto como obligar a los empresarios e inversionistas a que paguen más. Nadie con dos dedos de frente diría que la fórmula para hacer crecer la economía es cobrar más tributo al inversionista, pero se acepta, con la mayor naturalidad, que para lograrlo el trabajador gane menos.

Obviamente hay dos raseros muy distintos para juzgar, pero lo fregado es que quienes pretenden desarrollo a cambio del sacrificio laboral no sólo tienen influencia hasta para convencer a un gobierno chocho, sino que, además, cuentan con medios para defender su argumento.

Los caminos de la prosperidad tienen que ser otros y si hay sacrificio, el mismo tiene que ser compartido entre los factores de producción para que la pita no siempre se rompa por lo más delgado.

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