Martín Banús
marbanlahora@gmail.com

Entre 1980 y 1989, hubo en el mundo, como promedio anual, 109 sismos con una magnitud superior a 6. Veinte años después, entre el 2000 y el 2009, el número de estos terremotos de magnitud +6, aumentó un 40%, promediándose más de 160 terremotos por año.

Otra estadística que es digna de tomarse en cuenta es que, según registros y estimaciones sismológicas, tres de los diez más intensos terremotos producidos en los últimos 300 años, se produjeron tan solo en los últimos once años, como el recientemente ocurrido en Nepal, de magnitud 8, el peor en 80 años.

En los Estados Unidos, el Servicio Geológico de ese país ha pronosticado un 99.9% de probabilidad de que se produzca un “gran terremoto” en la Ciudad de Los Ángeles, antes de tres años. Dicho pronóstico tiene como sustento un estudio realizado por la NASA, en el cual se habla de “una elevada posibilidad de terremoto” en el mismo período de tiempo. El último terremoto ha sido en la India, con una magnitud de 6.8, sucedido pocas horas antes de iniciar estas líneas; hasta el momento, el recuento de víctimas es de 11 muertos y 200 heridos…

Según fuentes consultadas, sólo en Guatemala en el 2015 se dieron más de cien temblores de una magnitud de 4 o más, en la escala de Richter… ¡Los terremotos están aumentando en número y magnitud! En realidad, la pregunta no es si tendremos o no un gran terremoto, sino más bien, cuándo será y qué tan preparados estaremos para enfrentarlo…

Igualmente es el número de erupciones volcánicas que ha venido últimamente a más; la última de ellas, la del coloso de Fuego en nuestro país, con la que casualmente se inició este nuevo año…

Los sistemas volcánicos activos están exhibiendo, en general, un inquietante incremento en su actividad, lo que explica que casi 40 volcanes alrededor del mundo, están en erupción en estos momentos, 32 de los cuales están ubicados a lo largo del llamado “Anillo de Fuego”. El anillo del fuego es el nombre que se da ese cinturón de fosas marinas y que va próximo a las costas de América, Asia y Oceanía, que sirven de marco al Océano Pacífico.

Para dar una idea, durante todo el siglo XX, se registraron un total de 3 mil 540 erupciones volcánicas. Eso correspondería a un promedio de cerca de 35 erupciones volcánicas por año. Sin embargo, en lo que va de este nuevo siglo XXI, ya estamos, según se dice, muy por encima de aquel promedio.

No es, como creen algunos, que esa idea del aumento de terremotos y erupciones es sólo aparente y que se debe a la mejoría en las comunicaciones y por la agilidad de los medios informativos, “pero que siempre ha sido así…”, ¡No! ¡Realmente se está produciendo! ¡La estadística no miente!

No es para alarmar a nadie, sólo recordemos que buena parte de la escala mortal y destructiva de todo fenómeno natural, se debe en gran medida, a la actitud que prevalece en gobernados y gobernantes, antes, durante y después de tales desastres…

Hace apenas unos años, se decía que la probabilidad de un gran terremoto en Guatemala, se daba cada 50 o 60 años, pero todo indica que los ciclos se han acortado, razón por la cual se han venido produciendo alrededor del mundo, un promedio cercano a casi dos de estos desastres por semana, en especial, repetimos, en ese llamado “Anillo de Fuego” del que Guatemala forma parte…

Van a cumplirse en febrero próximo, 40 años del último gran terremoto que azotó a Guatemala en 1976. ¡25,000 muertos y parece que no hemos aprendido casi nada! El Estado carece de los recursos económicos, humanos y materiales, para la prevención y reacción inmediata y mediata. La legislación prevé pero no garantiza la calidad antisísmica en la construcción, en sus sistemas de alerta temprana, en sus fondos de reserva, en sus recursos materiales, médicos y humanos, etc. Se carece de un verdadero banco de sangre, de helicópteros y camiones para evacuaciones y traslados, de ambulancias, del cupo mínimo en los centros de salud previsto para tales emergencias tales, (ni siquiera hay para el día, día). Aquellos puentes Bailey ya casi se esfumaron, o están incompletos. ¡Estamos totalmente desprotegidos!

Lo más preocupante es que carecemos de la formación ciudadana adecuada para asistir, prevenir y evitar incendios, electrocuciones, para proveer primeros auxilios, que son intrínsecos al siniestro. La seguridad es tan deficiente que el vandalismo y los saqueos serían la norma e inúmeros… Casi nadie mantiene aunque sea, una pequeña reserva de víveres, agua y medicina para tales casos, pudiendo eso representar la diferencia entre la vida y la muerte… Muchas vidas se perderían por incendios, electrocuciones, por falta de conocimientos en primeros auxilios, etc. No existen manuales orientadores para afrontar esas primeras 48 horas después del desastre.

La Conred, ya lo vimos, con el deslizamiento del Cambray II, (que dicho sea de paso, se pudo y debió evitar) se vio sobre pasada… Como toda institución estatal es deficiente en casi todas las líneas, por razones de presupuesto y también por su incapacidad para prever y resolver… Eso incluye, exigir los fondos necesarios para cumplir con su misión…

¿Estaremos a tiempo?

Artículo anteriorCronos, el devorador del tiempo
Artículo siguienteNo son los salarios lo que hay que diferenciar