Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

El 2015 quedará marcado como un año muy especial en la historia del país por los acontecimientos que se dieron en el tema del combate a la corrupción y la impunidad, al punto de que se logró lo que parecía imposible, es decir sacar de su letargo a una población que sabía que le estaban robando hasta la camiseta, pero que no movía un dedo frente al latrocinio y que parecía resignada a la idea de que el ejercicio de la función pública no es para servir a la gente sino para despacharse con la cuchara grande con el robo de los recursos del Estado.

Se exalta el papel de la ciudadanía en lo ocurrido con el desmantelamiento de poderosos grupos dedicados a la corrupción pero, en honor a la verdad, hay que reconocer que más que el trabajo conjunto de la Comisión Internacional Contra la Impunidad, el factor determinante fue la decisión política adoptada por el comisionado Iván Velásquez de entrarle a ese tema como puntal para el combate de la impunidad. Yo siempre había dicho que la impunidad y la corrupción eran crímenes paralelos porque uno necesitaba al otro y lo hacía florecer al mismo tiempo, pero no fue sino hasta que don Iván asumió como Comisionado que alguien dispuso atacarlos de manera conjunta.

El valor de la participación ciudadana es importante, pero tampoco tenemos que sobredimensionarla porque para el nivel de escándalo que se estaba viviendo, fue todavía pobre la reacción de la gente. Nunca llegamos a tener siquiera cien mil personas en la plaza, cuando para pedir el fin de un gobierno corrupto hubiera sido sano, como precedente, que aglutináramos diez veces esa cantidad de gente. Afortunadamente bastó para dar el manotazo que hacía falta, aunque nos quedamos cortos a la hora de lograr la reforma profunda del Estado y hoy vemos que las estructuras de la corrupción están intactas y que se impone renovar el esfuerzo para acabar la tarea.

Porque en poco más de dos semanas veremos cómo se instala, absolutamente legitimado por el voto de los ciudadanos, un Congreso que no ofrece ninguna expectativa de transformación o de actitudes diferentes de cara al compromiso renovador que demanda el país y un gobierno cuyo compromiso con la refundación del Estado todavía está por verse y que podría ser más de lo mismo si sigue con su visión tipo Guateámala, es decir fantasiosa sobre la realidad nacional.

Obviamente se dieron pasos importantes tanto institucionalmente como socialmente en contra de la corrupción, pero tenemos que entender que nos falta mucho por hacer y que el arrancón que dimos este año no puede quedarse como de macho viejo, sino que tiene que ser un esfuerzo sostenido para construir una nueva realidad nacional.

Entiendo que la vida demanda procesos y no se pueden lograr mágicamente las trasformaciones tan de fondo que nos faltan, pero lo que cuenta es no quitar el dedo de la llaga y seguir apretando para forzar a que como colectivo social seamos los actores que sepamos sacar provecho del apoyo que nos ha dado la CICIG.

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