Luis Fernández Molina

Juan Corz pertenece a las páginas de nuestra historia en una época poco anterior a la llegada del Hermano Pedro. Era Corz un personaje peculiar, algo excéntrico. Se cree originario de Génova, Italia, era un hombre bien dispuesto, aunque delgado, alto de pelo rubio, de buena presencia. Pero lejos de ser presumido era muy sencillo aunque reservado y austero. Llegó a la provincia de Goathemala cuando tenía unos 37 años. Era el destino final de una vida llena de peregrinaciones y aventuras. Desde muy joven, motivado por una insaciable búsqueda, dejó su hogar y viajó a muchas partes del mundo; había visitado Jerusalén y los Santos Lugares y dice la tradición que fue allí donde escuchó unas voces que le encargaban viajar como ermitaño a alguno de los nuevos territorios conquistados por los cristianos.

Por eso se encaminó en primer lugar a España. No se sabe exactamente por qué fue a Ávila; dicen que tenía una hermana que profesaba como Carmelita Descalza, acaso para despedirse de ella. Al saber las religiosas que se dirigía a Las Indias le pidieron que trajera consigo una pequeña imagen de la Virgen del Carmen que Santa Teresa había tenido consigo pero siempre había querido que se llevara para ser venerada en América; en un lugar predestinado que acaso solo la mística doctora conocía pero que –aseguró– la propia imagen lo iba a dar a conocer; en todo caso la santa aseguró que donde se le venerara iba a florecer una gran ciudad.

Juan aceptó el encargo y aunque pequeña la imagen estaba resguardada en una caja (lo que ha de haber sido una molestia para el ermitaño en una travesía tan larga). Al final llegó a estos reinos y después de recorrer las márgenes del río grande, desde el Golfo Dulce, encontró unas cuevas casi en el ascenso a este valle. Allí erigió un pequeño oratorio en medio de un nicho donde acomodó la imagen. Pero dos días después se corrió la alarma de que la imagen había desaparecido. Supusieron que era un mensaje del cielo o bien que alguien había cometido el sacrilegio imperdonable de habérsela robado. A los pocos días el ermitaño anunció que misteriosamente la imagen había regresado al nicho de la cueva. Tras muchas oraciones y deliberaciones se llegó a la conclusión de que se debía construir una pequeña iglesia donde poner un altar para colocar a la Virgen. Pidieron a Corz que determinara el lugar; de esa cuenta se detuvo precisamente en lo que hoy es el cerro del Carmen; se descombró y se acordó la edificación de una capilla de madera y paja, con un campanario y una casita para que viviera y cuidara la imagen el propio Corz.

En 1610 un incendio destruyó la capilla y milagrosamente solo quedó la imagen. Entonces los vecinos volvieron a construir pero en esta segunda ocasión se edificó de ladrillo y piedras, con techo de madera y tejas. Se terminó en 1620. Para ese entonces la ciudad de Guatemala (hoy La Antigua) se encontraba a un día de distancia y el valle eran pastizales con algunos potreros. Prácticamente no había poblaciones salvo al oriente, Mixco, y al sur, Pinula y Petapa. La devoción por la virgen del Carmen empezó a difundirse y venían muchos en peregrinación. Se comentaban milagros realizados por Corz. El párroco del Valle, Aguilar Suárez, estaba receloso. Quería que Corz dejara la devoción de la Virgen; además Aguilar quería imponer autoridad en esta ermita y dar misas así como recolectar limosnas. Acusó a Corz de curandero y brujo. El litigio llegó hasta la acusación en la Inquisición. Nunca más se supo de Corz.

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