Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En diferentes estudios sobre el comportamiento humano ha resultado que los guatemaltecos somos un pueblo alegre y optimista a pesar de nuestras dificultades y si esos estudios se realizan en diciembre seguramente rompemos la marca porque en estas semanas todo se centra en las fiestas navideñas y de fin de año, con la mente puesta en los convivios y parrandas “propios de la época”, como se suele decir.

Sin embargo, debiera haber por lo menos un importante sector ajeno a esos ajetreos comunes y es el que conforma el entorno del Presidente Electo porque se le viene una montaña encima y necesita armar un equipo que pueda ayudarle a lidiar con una responsabilidad que no pensó ni en el más fantasioso de sus programas de televisión. No es únicamente asumir el poder, que de por sí constituye un reto grande, sino hacerlo en sus circunstancias, sin mayor preparación, sin planes porque no entraba realmente en sus posibilidades el triunfo que se obtuvo finalmente por cuestiones del destino, y sin equipo conformado para atender asuntos extremadamente delicados que serán demandantes porque, por vez primera, un Presidente llega sin recibir un cheque en blanco y prácticamente no dispondrá de la famosa luna de miel que permite generalmente al novato gobernante darse un baño de gloria antes de darse cuenta del camote en que se ha metido.

Guatemala vive condiciones muy especiales luego del destape de algunos de los muchos casos de corrupción que minan la capacidad del sector público de cumplir con el mandato constitucional de promover el bien común y garantizar la vida y la seguridad de los habitantes de la República. Como permitimos que se consolidara un sistema de corrupción que hace que los fondos públicos sirvan para el enriquecimiento ilícito de los funcionarios en vez de la atención de las necesidades de nuestra gente, fuimos tolerando la masificación del trinquete al punto de que existe en prácticamente todos lados, incluyendo al mismo sector privado, y al darnos cuenta de la magnitud de la podredumbre se produjo esa especie de primavera de abril que terminó con las elecciones generales en las que, mansamente, el pueblo aceptó la idea de que con su voto haría el cambio.

El único beneficiario de esa aspiración de los electores, frustrada obviamente, ha sido Jimmy Morales, quien ganó por ser la única cara no asociada con la política tradicional, lo que significa que su mandato es dirigir la transición para romper el modelo perverso que ha venido funcionando y según sus primeras declaraciones, él mismo no está convencido de que tal sea su papel porque cree que lo pueden hacer los diputados, declaración que demuestra su escasa o nula percepción de la realidad.

En mes y medio estará montado en el macho y si no hace las cosas bien, encontrará que el macho resulta más relinchón de lo que nunca ha sido, por lo que de no rodearse bien y de no entender el sentido de su triunfo, se las terminará viendo a palitos para seguir montado. De suerte que, mientras el resto va de parranda y a convivios, él y los suyos tienen que trabajar horas extras.

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