Hemos insistido en la necesidad de depurar el Congreso de la República y en general, la clase política del país por su comportamiento en los últimos años secuestrando la democracia para convertirla en un sistema en su propio beneficio. Sin embargo, para ser congruentes con la realidad, tenemos que plantear que es necesario un proceso de autodepuración de la sociedad misma y que los individuos que la componemos hagamos acciones concretas para cambiar nuestra actitud.

Especialmente tenemos que modificar nuestro comportamiento en cuanto al respeto de las normas de la convivencia pacífica, puesto que poco a poco, acaso sin sentirlo, el clima de la impunidad que se creó para beneficio de los delincuentes nos fue llevando a todos a mostrar un olímpico desprecio e irrespeto por la ley. En general hemos olvidado la vieja máxima atribuida a Benito Juárez en el sentido de que el respeto al derecho ajeno es la paz y al amparo de un sistema incapaz de aplicar la ley, hicimos que prevaleciera la fuerza, la intolerancia y el abuso en muchos casos.

El tráfico en Guatemala es un ejemplo de cómo somos los individuos que componemos esta sociedad. No respetamos ni siquiera las elementales normas establecidas para nuestra propia seguridad. No digamos cuando se emite una ley como la que regula la forma en que deben circular las motocicletas en el tráfico urbano o cuando estuvo vigente la prohibición para que dos personas viajaran en esos vehículos. Las autoridades son las primeras que violentan esas normativas y por supuesto no hacen nada para obligar a que se cumplan.

La corrupción no es patrimonio de los políticos. De hecho, existe porque hay corruptores que andan a la caza de oportunidades para sobornar a un funcionario a cambio de beneficios personales. Debemos preguntarnos por qué, como colectivo, dejamos que se llegara a los niveles de podredumbre que ahora nos escandalizan pero que vienen de hace muchos años. Por qué no hicimos nada ni cumplimos nuestro deber cívico cuando todo empezó. La forma en que ahora mostramos el repudio a los corruptos no se vio por muchos años ni se ve aún con los pícaros que presumen de cuello más blanco, los que se creen de alcurnia y cuyas corrupciones se toleran hasta socialmente.

Depurarnos como ciudadanos implica adoptar una actitud de extrema tolerancia frente a nuestros semejantes, pero de absoluta intransigencia e intolerancia frente a los corruptos. Únicamente cuando estos entiendan el rechazo que generan, las cosas empezarán a cambiar, pero el verdadero cambio está en cada uno de nosotros para acabar con prácticas que, finalmente, nos denigran como ciudadanos.

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