Francisco Cáceres Barrios
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Sin que quiera darme aires de sabiondo o cosa que se parezca, es hora de reconocer que los presidentes que antecedieron a Pérez Molina y él mismo, jamás le tomaron el pelo a nadie que tuviera al menos dos dedos de frente. La figura y tradición guatemalteca presidencialista sigue predominando desde los primeros días de nuestra independencia hasta la fecha. Quedó demostrado lo anterior cuando la cúpula presidencial en diversas oportunidades ha intervenido en el manejo de puertos, de aduanas y hasta en la misma Superintendencia de Administración Tributaria, incluso, dándole amplios poderes a la Vicepresidencia y a otros funcionarios de menor jerarquía. Es por ello que hasta los más conspicuos magistrados o diputados siguen poniéndose a temblar cuando se les pide dictar un fallo o emitir un voto a favor de determinado asunto de interés personal del mandatario.
La historia del descalabro de la recaudación de impuestos es bien larga en nuestro país y en lo que a mí me consta, recuerdo que durante el gobierno de Lucas García le puse en manos de su entonces Ministro de Finanzas, el expediente en que se demostraba cómo un conocido empresario pagaba menos impuestos en la importación de relojes, aforándolos bajo el rubro de toallas de baño, logrando con ello no solo el menoscabo de fondos estatales, sino distorsionaba totalmente el mercado de los mismos. ¿Qué resultado obtuve? ¡Ninguno! Estoy seguro que las sólidas pruebas que le aporté fueron a parar a su bote de basura, puesto que las órdenes emanadas y concatenadas, del número uno hasta el cien de todo el escalafón gubernamental del ramo fueron y siguen siendo el sistema que hasta hoy impera en la recaudación de impuestos.
Puedo asegurar también, que todo lo que se ha dicho al respecto de la “línea” hasta el momento ¡Ya lo sabíamos! pues los ejecutores tengan o no títulos profesionales o grados militares de cualquier grado, industriales, comerciantes o ciudadanos de a pie, la defraudación fiscal, trinquetes o como ustedes gusten llamarles han venido dando los mismos resultados vistos en la cada vez más baja recaudación. Si quisiéramos ver lo contrario, sería posible solo a través de la acrisolada honradez, de una eficaz transparencia, aplicar “mano dura” a los corruptos e implementar métodos y sistemas sencillos, en especial, eliminando del todo la discrecionalidad de funcionarios y empleados, como que el pueblo exija a través de sus representantes en el Congreso que los montos por ingresos fiscales deben ser elevados permanentemente y, si ello no fuera posible, poner de patitas en la calle a los responsables de hacerlo. Hasta que el ejercicio democrático sea efectivo en nuestro país vamos a tener compostura.

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