Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Bien decían antaño que cada quien puede hacer de su trasero un candelero, pero hay cosas que chocan y causan estupor como ahora que asume como Ministro de Economía del agonizante gobierno de Otto Pérez Molina el abogado Ricardo Sagastume Morales quien horas antes de aceptar la propuesta del gobernante, calificaba de ladrón y delincuente a quien hoy es su jefe. Atrás quedó la indignación que le hacía exigir que fuera procesado penalmente por la corrupción evidente y se hace cuesta arriba entender cómo es que uno de quienes se mostraba en las manifestaciones de los sábados, da vuelta, como si fuera calcetín, para oxigenar a ese individuo al que se refirió con tan absoluto desprecio en sus cuentas de redes sociales.

Se pueden inventar mil y una justificaciones, pero estoy seguro que íntimamente el abogado se debe sentir como cucaracha porque la gente no va a entender que él, al fin de cuentas, está siguiendo instrucciones y acatando órdenes de sus jefes. Ricardo forma parte del paquete de funcionarios que el amo de la telefonía celular está enviando al Presidente para ayudarlo a salvar un sistema que está en peligro y que ha sido tan importante para la consolidación del emporio.

Lo que ocurre en este momento es que hay mucha gente que ha sido parte del sistema, que se ha beneficiado con él, que trata de darse baños de pureza hablando del “ladrón de Otto Pérez”. Hasta el candidato Roberto González Díaz-Durán, quien fue importante parte del sistema en el gobierno de Berger y en los gobiernos municipales de Arzú, ahora usa en su propaganda las manifestaciones populares como si él pudiera ser parte de ese movimiento cívico que reclama un combate frontal a la corrupción. Quienes participaron en el negocio de los buses rojos o apañaron el contrabando en tiempos de Berger usando a la SOSEP, entre otras cosas, no pueden presentarse ahora como abanderados de la honestidad y de la lucha popular contra la corrupción. Y son muchos los que sábado a sábado van a las manifestaciones y hacen señas de robo con las manos y que fueron parte de gobiernos que operaron justamente en el marco de lo que dicta el sistema.

Pero hay importantes sectores que no pueden darse el lujo de que todo ese sistema de corrupción se derrumbe porque en ello se juegan todo. Tienen que moverse para apuntalarlo y hasta tienen que obligar a sus empleados a que renuncien a su dignidad y decoro para tragarse la vergüenza de convertirse en funcionarios del desprestigiado gobierno al que horas antes vilipendiaban en forma decidida.

Entendamos bien que lo que está en juego es mucho más que la cada día más difícil permanencia de Pérez Molina en el poder. Él se puede ir, pero se está tejiendo el andamiaje para que el sistema pueda oxigenarse tras su salida y para que, por la vía de las elecciones, se consolide con aires de legitimidad tras la conformación de un Congreso en el que repetirán alrededor de cien de los actuales diputados y al que llegarán algunos nuevos que llegan sabidos de para qué sirve una curul.

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