Eduardo Villatoro

Los diarios impresos y electrónicos abundan en informar hasta qué extremos se ha corrompido el sistema político en Guatemala, que podría considerarse en un depravado modelo que filósofos de la antigüedad y algunos modernos han calificado de «oclocracia», que cobija desde simples ediles a gobernantes del país, como está ocurriendo en la actualidad.
Hace pocos días recibí un correo de mi paisano Luis Melgar Carrillo, residente en México, quien se refería a la oclocracia, que probablemente es un concepto político conocido por politólogos y científicos sociales en general; pero yo ignoraba su trascendencia, puesto que, aparentemente, sería un término nuevo para designar a grupos sociales de la más baja estofa que se apoderan del poder político, utilizando de instrumento al sistema democrático y de plataforma a alguna o varias organización de esta índole.
Para mis contados lectores que posiblemente no están enterados -como yo- respecto a esta corriente política, les comparto lo que me ilustré al incursionar en la Internet para confirmar lo que brevemente me indicó mi amigo Melgar Carrillo acerca de esta fuerza sectaria, y quien comienza con advertir que debemos estar enterados de su significado porque «Podría ser un alerta oportuno de lo que nos puede estar esperando a los guatemaltecos a la vuelta de la esquina y que no tengamos tiempo de reaccionar».

Dice Lucho: «Debo admitir que jamás había oído esa palaba. Una vez que me enteré de su existencia me puse a investigar y en la red encontré un montón de cosas interesantes al respecto que logré comprender. En suma, oclocracia viene siendo como el gobierno de la plebe y es el resultado de la ingobernabilidad derivada de la aplicación de políticas demagógicas».

Etimológicamente, la democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima al poder estatal, y la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre, entendiendo que «muchedumbre (según Wikipedia en este contexto), masa o gentío es un agente de producción biopolítica que a la hora de abordar asuntos políticos significa una voluntad viciada, confusa, e irracional, porque carece de capacidad de autogobierno y no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como pueblo».
En otras palabras, no debe confundirse el concepto de muchedumbre con la noción de multitud promovida fundamentalmente por Baruch Spinoza, que durante la Edad Media se diferenció de la distinción de pueblo y muchedumbre, fomentada por Thomas Hobbes e imperante hasta la actualidad.
Polibio, un historiador griego en una de sus obras, alrededor del año 200 AC, califica la oclocracia al fruto de la acción demagógica. «Cuando la democracia se mancha de ilegalidad y violencia, con el paso del tiempo, se constituye en oclocracia -advierte el filósofo-, que se presenta como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder».

Según el «Contrato social» de Jean-Jacques Rousseau el origen de la degeneración de la oclocracia es una desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general cuando comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en su pluralidad, pudiendo tratarse la oclocracia de «una voluntad de la mayoría» o «voluntad de muchos», pero no una voluntad unánime; mientras que según el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832), la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, «como el despotismo del tropel; nunca el gobierno del pueblo».
Exagerando, también podría ser el antípoda del sistema oligárquico y autoritario.
Para pensadores antiguos y contemporáneos, los oclócratas persiguen manejar al Estado «De forma corrupta, buscando una ilusoria legitimidad en el grupo más ignorante de la sociedad, hacia el cual vuelcan todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores».
(El anarquista Romualdo Tishudo anota que cualquier semejanza con lo que ocurre en Guatemala NO es pura coincidencia).

 

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