Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

No soy partidario de las medias tintas, tampoco de las cosas a medias, mucho menos que hoy se piense de una manera y mañana, como veleta, cambiar de rumbo. Tampoco acepto que si el señor Peurifoy en 1954, por asuntos ideológicos vino a ponerle las peras a cuatro al Presidente de turno y que ahora, porque así se nos antoja le vayamos a consentir al señor Robinson su intervención en asuntos que solo corresponden a los guatemaltecos. No, las cosas no se pueden hacer a sabor y antojo de las circunstancias. Tampoco a conveniencia de unos y en perjuicio de otros. Los comportamientos humanos en la política nacional o internacional deben regirse por principios fundamentales. ¿Demasiado cuadrado o viejo el concepto? Como quieran llamarlo, pero en ello radica el respeto al derecho ajeno.

En los últimos días vimos y oímos al embajador de los Estados Unidos opinar frente a la prensa sobre diversos asuntos que podrán ser motivo de análisis y de criterios a expresar en privado, con los amigos, pero no en público, especialmente frente al sector político, pues ya sea que lo usen a favor o en contra, les sirva de instrumento en cualquier planteamiento. ¿A cuenta de qué declarar si le gusta o no la manera en que se eligió a un miembro del de la Corte de Constitucionalidad? ¿Ponerse a rechazar el comportamiento del Organismo Judicial o del Congreso de la República? Ni el señor embajador es un experto en política nacional, ni su posición de representante de un país extranjero, por prudencia, se le debe permitir hacerlo.

El no intervencionismo, en política exterior es la doctrina que determina la obligación de los Estados de abstenerse o de no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de otro con la intención de afectar, positiva o negativamente su voluntad y obtener su subordinación. Y un embajador no puede ni debe olvidar que él es el representante de ese Estado y que al hacerlo resulta igual a intervenir en asuntos internos de otro país, de ahí que el no intervencionismo debiera seguir siendo una política sana entre gobiernos. Disculpen que insista, pero nuestro comportamiento en la vida nacional debe basarse en valores y principios y no en ventajas, mucho menos en predilecciones personales.

Finalmente, dejo constancia que mi opinión no significa en ningún momento estar en desacuerdo con el señor Robinson en cuanto a los errores de nuestro Congreso, el que lo que menos hace es escuchar el clamor popular; tampoco en su rechazo al actuar de otras instituciones y muy especialmente cuando está de por medio la tremenda corrupción que impera en ellas.

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