Luis Enrique Pérez

La actitud científica exige que, en la investigación de las causas de un efecto, distingamos dos géneros de causa: causa necesaria y causa suficiente. Afirmamos, por ejemplo, que el oxígeno es una causa necesaria de la vida; pues sin oxígeno es imposible que haya vida. Empero, la causa de la vida no es solo el oxígeno. La nutrición también es causa de vida; pues muere un ser vivo que no se nutre, aunque haya oxígeno. El oxígeno es, entonces, causa necesaria, aunque no suficiente, de la vida. La causa suficiente es aquella que provoca ella sola el efecto. El calor, por ejemplo, puede ser causa suficiente de la dilatación de un metal.

Los bajos impuestos son causa necesaria, aunque no suficiente, de una mayor prosperidad económica. En una nación en la que, por ejemplo, cotidianamente ocurren asesinatos, secuestros y robos, y constantemente se reforman las leyes tributarias, y no hay confianza en la administración de justicia, y la propiedad privada está expuesta a la invasión o al pillaje, y en cualquier momento cualquier grupo de ciudadanos obstruye calles y carreteras, y los inversionistas no tienen certidumbre sobre los beneficios esperados, y se obstruye la libertad de producir, intercambiar y consumir, es imposible que los bajos impuestos puedan manifestar su cualidad de ser causa de prosperidad económica. Igualmente imposible es que si, por ejemplo, un ser vivo no se nutre, el oxígeno pueda manifestar su cualidad de ser causa de vida, aunque todo el Universo esté inundado de oxígeno.

En las naciones más ricas los altos impuestos no han manifestado plenamente su cualidad de ser una causa que obstaculiza la prosperidad económica, porque en ellas, por ejemplo, hay seguridad pública, las leyes tributarias son permanentes, hay confianza en la administración de justicia, la propiedad privada es protegida, se respeta el derecho de libre locomoción, los inversionistas tienen la certeza de que obtendrán los beneficios esperados, y no se obstruye la libertad de producir, intercambiar y consumir. Empero, cuando, adicionalmente, esas naciones rebajan los impuestos, la prosperidad se incrementa.
Las naciones pobres pueden ser maravillas fiscales, es decir, naciones en las que se pagan bajísimos impuestos; y una nación puede ser absurdamente una maravilla fiscal tal, que los gobernados no paguen impuestos a los gobernantes, sino que, inversamente, los gobernantes paguen impuestos a los gobernados, por soportar un pésimo gobierno. Empero, esas maravillas fiscales jamás podrían lograr que hubiera notable prosperidad en un infierno creado por la inseguridad pública, la desconfianza en la administración de justicia, el riesgo de asalto a la propiedad privada, la imposibilidad de transitar libremente, la incertidumbre sobre los beneficios finales de la inversión privada, y la represión de la libertad económica.

Quienes argumentan que, si los bajos impuestos fueran causa de prosperidad económica, entonces un país pobre, como Guatemala, sería extraordinariamente próspero (en el supuesto de que, en Guatemala, realmente los impuestos son bajos, y hasta bajísimos), incurren en una novedosa falacia, es decir, en un novedoso razonamiento incorrecto. Esa falacia puede denominarse “confusión de causa necesaria y causa suficiente”. En esa misma falacia incurriría también quien argumentara que, si el oxígeno fuera causa de la vida, entonces ningún ser vivo moriría, porque siempre hay oxígeno. Evidentemente los seres vivos mueren; pero no por ello el oxígeno cesa de ser causa necesaria de la vida.

Post scriptum. En un país pobre, que adicionalmente sufre inseguridad pública, carencia de confianza en la administración de justicia, riesgo de asalto a la propiedad, agresión al derecho de libre locomoción, incertidumbre sobre el beneficio de la inversión, y obstrucción de la libertad económica; en un país tal, afirmo, un aumento de impuestos, o la creación de nuevos impuestos, es un mal que, con pavorosa sinergia, multiplica aquellos otros males.

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