María José Cabrera Cifuentes
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El 25 de abril, decían, despertaron los ciudadanos, que cansados de la corrupción y el abuso de quienes ostentan el poder a quienes ellos mismos lo delegaron, en esta mal llamada democracia, salieron a las calles a manifestarse y a gritarle al monumento más emblemático de la dictadura militar y personalista como lo fue la de Jorge Ubico –El Palacio–. Resultaron mojados, enojados y hasta encadenados aquellos ciudadanos que siempre han pertenecido a una pequeña parte de la población que puede acceder a un colegio digno, una universidad, un pequeño carro, una cerveza en el portalito, pero a fin de cuentas, esos que se despiertan bajo un buen techo que no tiene nada que ver con el techo que existe en los demás 21 departamentos del territorio nacional.
Una cosa es cierta, buena parte de la población que inició, participó y sigue participando en las manifestaciones en contra del gobierno, son quizá la mayoría de votantes del segmento clase-mediero urbano que votó por el Partido Patriota y que claro está, tienen la inmensa responsabilidad de haber pedido la renuncia de quienes ellos mismos colocaron en el trono con su voto.
Seamos honestos, aquellas poblaciones que viven el Corredor Seco, en la Franja Transversal o en los linderos de las fronteras con México, Honduras y El Salvador, solo miran desde su lejanía, la realidad tan surreal que se vive en la capital.
El descontento con la anómala realidad, no obstante, no puede limitarse a alzar la voz para manifestarse en contra del sistema porque entonces sería un medio despertar que sin duda, no nos aseguraría permanecer lejos de los brazos de Morfeo por mucho tiempo. Despertar significa tomar acciones y decisiones, participar en todas las esferas y comenzar por eliminar nuestra propia corrupción.
La conciencia crítica y la auditoría social debe ser un proceso permanente, el ciudadano que ama a su país, debe estar listo para incomodarse ante cualquier acto de corrupción y de abuso de autoridad. Los ciudadanos también deben estar listos para reclamar la falta de atención pública al necesitado en el occidente, oriente, norte y sur de forma perpetua, pero también deben sentirse avergonzados siempre, por la ausencia del Estado en la mayoría de los departamentos más lejanos de la capital. Es decir, el hartazgo ciudadano debe permanecer latente en un país plagado de injusticias para los más desfavorecidos y no solo porque la CICIG, el MP y el consorcio de medios nos manipulan con sus “jugadas maestras” para que avalemos su influencia en nuestro país.

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