Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hace unas cuantas semanas nadie hubiera imaginado que el guatemalteco iba a tener un aire con remolino al conocer la dimensión y profundidad de la corrupción sistémica que pone al Estado al servicio exclusivo de los negocios entre políticos y sus socios que contratan, proveen o disfrutan de concesiones a cuenta de los recursos públicos. La indignación superó cualquier expectativa y se extendió por todo el país mediante un clamor inédito para lograr que el peso de la ley caiga sobre quienes se han aprovechado de su posición para amasar fortunas que surgen a cambio de esos notables retrocesos en el desarrollo humano que debieran ser vergüenza para todo el país.

Hoy en día la clase política se vuelve a sentir fortalecida porque la gente empezó a desistir de las protestas sabatinas que no estaban produciendo ningún efecto directo e inmediato y así como el pueblo se sintió empoderado cuando se logró la renuncia de la Vicepresidenta, ahora los que se benefician del régimen absoluto de corrupción están empoderados porque sienten que, por cansancio, le ganaron la batalla a la protesta ciudadana.

Mi abuela solía decir que del agua mansa líbreme Dios, porque de la brava me libro yo. Nuestro pueblo es agua mansa, que ha reaccionado pacíficamente para expresar de manera contundente su asco por el sistema que han construido nuestros políticos para exprimir hasta el último centavo posible de los recursos públicos. Estimaciones muy conservadoras han estimado que por lo menos el veinte por ciento del presupuesto anual se esfuma en malos manejos y termina sirviendo, por ejemplo, para que la Vicepresidenta compre ostentosos bienes e invierta la bicoca de 20 millones de quetzales para comprar la mayoría de acciones en un diario cuya administración asumió al colocar a su testaferro, Eco, en la presidencia de la sociedad. Botones de muestra de lo que se hace con los dineros del pueblo que, mientras tanto, tiene que seguir soñando con la migración como su única oportunidad para mejorar la vida, porque aquí no hay ni esperanza ni, mucho menos, inversión para sentar las bases de un trabajo eficiente que impulse desarrollo.

Pero esta agua mansa es peor que el agua brava. Mientras la otra puede ser torbellino y se convierte en llamarada de tusa, el agua mansa va acumulando sordamente su malestar que se convierte en ira ante la desfachatez de quienes tienen el control del sistema y se han sabido escudar en la constitucionalidad para aguantar el vendaval, contando con la diligente ayuda de una comunidad internacional a la que, en el fondo, le importa un pito la corrupción porque lo único que les interesa es que los pueblos no vayan a convertirse en un poder incontenible.

El proceso de hoy para reformar al país es como cuando los «próceres», partida de vendepatrias, pusieron a Gabino Gaínza como mandatario antes de que el pueblo por sus pistolas declarara la independencia. Exactamente el mismo proceso se vive ahora cuando las reformas son para que el pueblo no haga sus propias reformas. La estrategia les está funcionando, en apariencia, pero el agua mansa no tardará en tener su aire con remolino.

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