Martín Banús
martinbanus@gmail.com

Habíamos dicho que el indígena, aquel que ha sido marginado y que vive en la mayor precariedad, puede ser parte de la solución a un problema de gran complejidad histórica, cultural, política y económica.

Más allá de su forma de ver y de sentir, se ha subestimado, creemos nosotros, el papel que el indígena puede jugar en un eventual despegue económico, eso sí, simultáneamente reivindicado social y culturalmente, indistintamente de su ubicación geográfica.

Resulta simplemente imperativo y urgente para el país, que se le incluya (y que él se involucre) como parte activa de la solución social y económica, que algunos insisten en calificar de irremediable, cuando realmente no es así.

Estamos ante un aparente círculo vicioso: Resumidamente, por un lado, se señala la situación del indígena, como el resultado de una forma de pensar ancestral y retrógrada, que alimenta el ciclo de la pobreza (Aprofam y Unesco). Por otro, se señala a los intereses económicos y oligárquicos de influir históricamente, en las políticas económicas y sociales del Estado; y por último, las condiciones de explotación y esclavitud que se dieron en la conquista. Todas ellas ciertamente influyeron y nadie puede negarlo. Desde entonces, todos hemos, cada uno a su manera, vivido y sufrido de diferente forma, las consecuencias.

Desde nuestra humilde perspectiva, creemos que se debe romper aquel círculo vicioso por algún lado. Y nos parece que una manera de comenzar, es que todos aceptemos tres cosas:

Primero: Que lo peor que podía pasar, ¡ya nos pasó! Que ya alcanzamos la ignominia y permanecemos en ella… Incluida aquí, una guerra fratricida de treintaicinco años, que no logró sino unos incumplidos Acuerdos de Paz, a un costo de alrededor de ciento cincuenta mil muertos.

Segundo: Debemos aceptar también que debe ser, principalmente el indígena, el objetivo principal (no único) al que deben dirigirse todos nuestros esfuerzos. La recompensa será, ahí sí, para las futuras generaciones de todos nosotros, a quienes legaríamos un país justo y en paz.

Tercero: Debemos también aceptar, a renunciar, si fuera necesario, a todas aquellas anquilosadas formas de pensar, que nos han traído hasta esta insostenible situación. Reto difícil para sociedades tan cerradas como la nuestra, pero posible, a la luz de la conveniencia general del cambio.

Es obvio que estamos hablando de un cambio a gran escala, muy prolongado en el tiempo y como nunca se ha hecho, y orientado a la construcción de una nueva Guatemala. Se trata prácticamente de un Proyecto de Nación, basado a su vez, en políticas de Estado que obviamente deben estar apuntaladas legal, económica y jurídicamente, no sin antes, consensuadas y acordadas, como la “gran prioridad nacional”, por todos los sectores.

No sería una tarea tan difícil como algunos podrían suponer, pues todos ganan con los cambios, y eso, decíamos, lo facilita todo. Lo peor es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos. ¡Eso es propio de pueblos y gobernantes estúpidos!

¿Por qué el indígena como objetivo principal de nuestros esfuerzos? Por dos razones básicas: Él es la columna toral de la producción agrícola y de la agro-industria, y segundo, porque representa, paradójicamente, los peores índices humanos de desarrollo, en desnutrición, en analfabetismo, en mortalidad infantil, etc. del país.

El pueblo indígena es fundamentalmente trabajador, resistente y noble, lo que resulta de un valor envidiable para cualquier economía. ¡Imaginemos si fuera al revés! Ahí sí, sería una situación perdida y sin solución.

Posee un instinto nato para el comercio y por lo mismo, está anuente a adquirir retribuciones concretas, a cambio de compromisos concretos. Aunque habrá quienes se resistan, el tiempo y los buenos resultados, harán su parte.

En este sentido, recordémoslo, la cultura indígena, por su cosmovisión, es una cultura fundamentalmente oriental, y por ende, no interpreta la vida, –como en nuestra cultura–, sólo en función del confort, del consumo o de la seguridad material.

Este es un buen ejemplo del tipo de aquellas ideas anquilosadas y absurdas, que debemos cambiar, así como aquella otra, con la que se pretende justificar que, por falta de cultura, se conciban diez hijos a quienes se pone a trabajar. ¡Por favor, no confundamos cultura con consciencia! Otra idea de esas raras a descartar, sería, que al análisis y a la crítica de tradiciones o costumbres que promueven el círculo de la pobreza, se le llame “racismo”.

Huelga decir, que una de las tantas metas intrínsecas en un proyecto de esta dimensión es, que los hijos, gracias a sus padres, superen siempre a éstos, claro, si es que realmente pretendemos que nuestra sociedad, comenzando por sus familias, indefectiblemente crezcan en todos los órdenes, y no sólo en población… ¡Es sólo cuestión de simple aritmética y lógica elemental!

Por último, queremos insistir en que el indígena, aparte de ser el bastión de la economía, es también la coyuntura de la solución: Estando él bien, todos lo estaremos también, ¡no antes, ni de ninguna otra manera!

Artículo anteriorCorrea y Humala
Artículo siguienteLa desfachatez avanza a pasos agigantados