Mientras siga la espiral creciente de la corrupción, no hay dinero que aguante ni presupuesto que pueda servir para nada. Pero nadie habla de la corrupción y si uno se atiene a lo que los “doctos” hablan y escriben sobre nuestra economía y la apuesta de futuro, habría que pensar que ese problema ni siquiera existe porque no es tomado en cuenta ni puesto en la ecuación de lo que debe hacerse.

Nos llama poderosamente la atención que los expertos en temas fiscales se quiebran la cabeza para elaborar propuestas que parezcan no sólo sensatas sino brillantes, pero se brincan en salto olímpico el tema de la calidad del gasto y la forma en que se pactan los negocios públicos en los que a cambio de mordidas y sobornos, se realizan contratos leoninos que tienen, además, la peculiaridad de que se estafa al Estado con obras o productos de mala calidad. Estafar al Estado es estafar a los ciudadanos y eso ocurre todos los días en todas las dependencias y en cantidades que lloran sangre.

En tanto no pongamos en el centro del debate el necesario castigo a los corruptos y la implementación de mecanismos de fiscalización que eviten el jineteo de los recursos públicos, nada de lo que se propone y de lo que se pregona va a funcionar porque el Estado perdió su horizonte y no cumple con sus fines. No hay búsqueda del bien común ni puede haber esfuerzos por garantizar la vida y la seguridad de los habitantes de la República porque hay autoridades que únicamente están centradas en el tema de los negocios, en cómo acrecentar su fortuna personal y extender su red de colaboradores en el sector privado para seguir ordeñando la ubre del Estado.

No estamos hablando de robos de poca monta sino de grandes negocios que incluyen todo lo que tiene que ver con Salud Pública. No es sólo la compra de medicinas, sino los contratos con laboratorios y clínicas, así como con médicos privados que, mediante mordida, se aseguran los negocios. Y así por toda la administración.

La consigna debe ser: ¡Alto a la corrupción!

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