Jorge Mario Andrino Grotewold

El segundo tema, la juventud, desarrolla una idea más moderna en la época del cierre del siglo anterior, especialmente luego de conocer indicadores de incidencia mundial, orientado a dos aspectos; el primero, el indicador de gestión económica, en donde se conoció que la población económicamente activa en el mundo no era mayoritariamente madura, sino por el contrario, la producción formal del capital provenía de una cadena económica impulsada por jóvenes y que la prospectiva era vinculatoria a ese patrón de edad. Un segundo aspecto toma por sorpresa otro tipo de indicadores, siendo éstos los que marcan eras de procesos colectivos de masas, ya sea por razones institucionales vía elecciones en una democracia, o bien aquellos que son objeto de control e impulso por agitaciones populares. En ambos casos o circunstancias, la juventud no sólo es protagonista de los cambios, sino también vinculada ampliamente al ejercicio y continuidad de exigencias políticas, siempre y cuando esté suficientemente motivada.

Las poblaciones indígenas celebran la conmemoración de su reconocimiento a nivel internacional, con más desbalances que vítores, especialmente en el caso de Guatemala. Los indicadores siguen a la baja, lo que significa que las causas de exclusión continúan siendo válidas para definir como propias de las comunidades rurales, las que a su vez se identifican con mayoritariamente indígena, especialmente en el Altiplano y Costa Sur. Sin embargo, la exclusión de políticas públicas y la discriminación que la propia sociedad hace de ellos, no son sólo sus problemas más fuertes; también a ello se suma, como consecuencia de un deterioro, una verdadera ausencia de organización comunitaria social que trasciende no sólo a los bloqueos y manifestaciones, sino que evita el ejercicio de su derecho democrático de elección, o bien que haga incidencia en los planes políticos del país, tal y como lo consiguió Bolivia, o bien Perú, que está a un paso similar.

La juventud, por otro lado, ha sido blanco de valores negativos propios e inversos. Los propios son la exclusión, el maltrato desde la niñez y la ausencia de derechos mínimos como el derecho a una familia, a la educación, a la salud y a la asistencia social, por no mencionar otros, quizá no tan destacadas pero, necesariamente importantes, como el deporte y la recreación. Así, los jóvenes crecen en un ambiente de violencia y temor que no permite que maduren sanamente, sino se convierten en incidencias de delincuencia o bien víctimas de la misma. Y el valor negativo inverso se origina por la falta de oportunidades para un grupo ascendente que logra subsistir dentro del país, pero que no tiene esperanza de alcanzar empleo digno, y que por ende migra o se hace parte del sistema, con el sólo propósito de salir de la pobreza. Y ese sistema perverso los convierte primero en víctimas, y luego en victimarios, para que luego sean condenados moral o legalmente por la sociedad.

Agenda pendiente para ambos temas, pues ni la juventud ni las políticas públicas a favor de las poblaciones indígenas tienen los conceptos mínimos de alcanzar mejora; y por el contrario, pareciera que solamente son instrumentalizados para fines perversos como los electorales o peores, como ser los peones del crimen organizado.

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