Walter del Cid

Padre, abuelo. Lector casi empedernido. Conocedor de las intrincadas reglas del cuasi disfuncional Estado guatemalteco desde 1988 a la fecha. Inició su incursión en el periodismo de opinión en las páginas de La Hora con aportes en la sección «Cartas de los Lectores» en septiembre de 1993. En 2006 tuvo el honor de ser jefe de Información de esta Tribuna y no mostrador. Casi ininterrumpidamente colaboró con columnas de opinión en La Hora, el desaparecido El Gráfico, Siglo XXI de la primera época, Diario de Centro América, la Revista Crítica y eventualmente para la Universidad Johns Hopkins en temas de población y desarrollo. Esta es mi Tercera Época en La Hora, gracias por ello. Creer en la democracia no es una cuestión circunscrita a razones teóricas, es una forma de vida y se aplica a la cotidianidad de nuestros actos.

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Antiguamente el llamado «juicio de la Historia» solía ser una expresión para sentenciar, que luego de los registros en un lapso de décadas, se haría una valoración sobre el proceder de la gestión pública de tal o cual administración y de las personas a cargo de la misma. Eso ha cambiado, la valoración se hace de inmediato y los registros también. Las redes sociales con su inmediatez nos llevan a límites insospechados y, en éstas se refugian los más implacables «jueces».

Ahora, la serie de montajes para desacreditar personas y eventos se cae con la celeridad de las juiciosas opiniones que brotan casi tan pronto como se ha producido la articulación de los supuestos hechos cuya ficción es creíble únicamente en la mente de sus autores y la de sus seguidores; éstos últimos muy pocas veces por convicción, más bien por necesidad o por intimidación.

El período gubernamental que concluirá dentro de 18 días puede ser calificado como el más funesto de la historia reciente. O quizás de TODA LA HISTORIA nacional, ya diré más adelante algunos por qué. Hordas de auténticas gavillas delincuenciales están al frente de las instituciones de gobierno. El mensaje navideño de quien por ahora conduce los destinos de la institución «auxiliar de la administración pública y de los tribunales», puede ser entendido si aceptamos que fue expresado por una persona que perdió por completo el contacto con la realidad nacional.

Veamos algunos de los ejemplos más deplorables: la pandemia de COVId-19 le cayó a esta administración «como agua de mayo», fue la afortunada excusa para endeudar al país a cifras casi inconcebibles en nombre de una salud más que ausente. Hospitales que no se construyeron, plazas de médicos, paramédicos y demás personal que no se asignaron; carreteras inconclusas por todos lados; escuelas abandonadas a la suerte de mantenimiento que puedan hacer las madres y padres de familia; una desnutrición sin atención; enorme cantidad de recursos a discreción para alcaldes municipales y así «comprar su voluntad electoral» fallida, por fortuna. Desvíos por doquier. El saqueo en su máxima expresión.

La pesadilla para el Pueblo no termina con el mínimo recuento del párrafo anterior. La herencia que está dejando esta administración es la incorporación de una gran cantidad de personal hasta este 31 de diciembre con contratos temporales y definidos y ahora trasladados a formas de contratación de más compleja de prescindir en los próximos meses del año 2024. Además, se vislumbran procesos de destrucción de expedientes: las trituradoras están quedándose sin filo.

Dejarán «ruinas» en cada institución, en toda dependencia. Hacen todo lo posible para complicar la llegada de la futura administración. Obstinados que están, llenan de obstáculos todos los pasos administrativos con «trampas» difíciles de identificar. La peor de las desastrosas administraciones de los últimos veinte años está por concluir. El recuento de daños para explicar la compleja reconstrucción será la primera tarea a divulgar en los cinco días inmediatos después del 14 de enero.

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