Sergio Penagos

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En la capital de un hermoso país tropical vive un pintoresco personaje. Es carnicero de profesión y por mera coincidencia se apellida Cecina. Es muy petulante y fanfarrón, por eso tiene colgado en un lugar especial de su negocio un marco ostentoso, con su título de doctor en jamones, chuletas y cholojo. Hace algunos años se descubrió que dicho título es más falso que un billete de siete pesos. Eso no le importa, porque la ley no se pronuncia al respecto. Don Cecina, que es muy conocido en el mundo de la política chambona y corrupta de esa nación, saca buen provecho de su posición junto a otros nefastos personajes de la farándula electorera, que sólo trabajan uno de los cuatro años de su período de holganza.

En ese país, cada cuatro años se realiza el tradicional festival de la repartidera de huesos, en dos jornadas a las que asisten muchos perros famélicos y con escaso seso; pero hambrientos de un hueso que los dote de poder. Para la primera etapa, llamada inscripción de candidatos, con varios días de anticipación se ve a los perros deambular por los alrededores de la plaza. Unos acampan en las proximidades saturando el ambiente con su pestilencia. Otros sólo pasan fingiendo no estar interesados, otros son llamados los guardas lugares, que cobran por reservar lugares para los perros veteranos que pueden pagar por la oportunidad de participar en el reparto. Concluida esta etapa que dura varios meses, la ciudadanía obnubilada por la propaganda emite su voto. Para la siguiente etapa don Cecina y sus achichincles proceden a la repartición de los huesos, bajo la atenta mirada de un viejo perro degenerado, baldado y abusivo, que durante los últimos veinte años había participado en este tradicional reparto. Ahora se hace acompañar de un saltarín y aullador perrito faldero, que hace algunos años se le pegó al compartir sus preferencias sexuales, convirtiéndose en pareja del viejo perro gruñón y cagón, cuya panza se infla y se desinfla con periódica frecuencia. A este viejo perro por fin le sonó la flauta cuando Cerbero, el dios de los perros, le concedió el hueso mayor. Pero como no podía ser de otra manera, en el momento de recibirlo demostró su monumental incapacidad para hacer un buen uso de él, y sigue dando tumbos sin ton ni son; por eso, mejor se ha dedicado a acumular riquezas mal habidas para él, su pareja y sus amigos. A su lado está una vieja perra buldog con cara de candado. Prepotente, mediocre, servil y mal intencionada, que disfruta de su hueso amparada por un título tan falso como el de Cecina. A esta crápula, que presume de vigilante, la acompaña un totoreco y lambiscón perro de raza indefinida, con hirsuta pelambrera de color ceniza, que baila al son que la vieja perra le toque. Se da aires de gritón, sabelotodo y muy versado en leyes, pero no pasa de ser un vulgar mandadero.

También asisten al reparto, desde su primera etapa, los pitbulls de la CGC, los rottweileres de la CC, los dogos PGN, y muchos perros guardianes de la democracia que medran con impúdico cinismo.

A la primera etapa llegan perros de todas partes, de todas las razas y de todos los colores. Llegan los veteranos de muchas reparticiones, prepotentes, abusivos y ladradores; así como tímidos principiantes, con la cola entre las patas y la cabeza agachada. Pero, al conseguir un hueso se transforman en gruñones, agresivos y ladrones. Don Cecina y sus adláteres inauguraron este dispendioso circo el 20 de enero, y permanecerá abierto hasta el 25 de marzo, para que toda la perruna concurrencia pueda empujar, ladrar, robar o comprar uno o varios de los lugares o casillas en disputa. Este año la participación perruna se ha visto fortalecida por la llegada de descaradas bandas familiares, muchas de las cuales están dirigidas por viejas perras políticas, que han incorporado en la repartición de casillas, a sus parejas, en algunos casos más de una, a los cachorros y las parejas de los cachorros, a los infaltables arrimados, a los compradores de hueso y a los perros incondicionales a los dueños del dinero. La formación de clanes descarados y corruptos está amparada por la obsoleta y tendenciosa Ley Electoral y de Paridos Políticos. Esta ley es producto del coordinado ladrar de los perros legisladores que han sido comprados para ese propósito. Con la ley en la mano, los colegas de don Cecina proceden a una democrática y justa repartidera de huesos de diversa ocupación y valor.

Por fin termina la repartidera y la plaza queda impregnada de la hediondera perruna; meados, caca, vómitos, restos de comida, envases plásticos, pancartas y muchos desechos más. La repartidera volverá dentro de cuatro años, si los verdaderos dueños de la carnicería, la plaza y el país, lo consideran justo y necesario.

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