Sergio Penagos

En una reunión realizada en el palacio nacional un político le pregunto a un empresario: ¿y tú, que haces aquí? El empresario con una sarcástica y elocuente sonrisa le respondió: «nosotros siempre hemos estado aquí. Son ustedes los que se alternan». Esta herencia colonial está en los genes de los políticos siendo el origen de la influencia del dinero en la política. Esta práctica inmoral en los procesos electorales es algo que todos conocen, pero nadie habla de ello para no ser marginado. Es lamentable que todos los partidos políticos, incluso los diseñados para alcanzar el poder y realizar los cambios sociales que la mayoría de la sociedad necesita, y que por experiencia considera casi imposibles, sean comprados y puestos al servicio de los dueños del país. Este esquema corrupto que hermana al empresariado organizado con el financiamiento ilícito está profundamente arraigado en la historia de este racista, excluyente y colonial país. Por eso cuando la CICIG sacó a luz pública el contubernio entre empresarios, políticos y operadores de justicia, se puso la soga al cuello al golpear, en pleno rostro, a las familias de abolengo y prosapia colonial, identificándolas como financistas electorales que no registran sus aportes dinerarios y no dinerarios. Algunos integrantes de esta clase de alta alcurnia fueron identificados y señalados por financiamiento electoral no registrado. Para evitar el proceso de aplicación de la justicia, como buenos cristianos, pidieron perdón y prometieron portarse bien en lo sucesivo. Su excusa no se hizo esperar: con su acción al financiar al ungido payaso estaban impidiendo que los comunistas llegaran al poder.

Este mismo sonsonete se propaló dentro y fuera del país para defenestrar a la CICIG, expulsarla del país y perseguir penalmente a todos sus colaboradores sentando un nefasto precedente jurisprudencial, con la aplicación de una farsa jurídica poseedora de enorme sesgo ideológico, arropada por un excluyente poder elitista protector del histórico comportamiento de los dueños de la finca. No contentos con ello, aprovecharon la ocasión para cooptar o eliminar a la competencia en sus áreas de acción e incursionar en las no tradicionales, en particular la construcción de vías de comunicación terrestres. De esa forma le lavan la cara al presidente y le permiten seguir robando con la farsa de la lucha contra la corrupción.

En Brasil, el Partido de los Trabajadores intentó cambiar la forma vertical, burocrática y corrupta de hacer política, aplicando lo que se llamó: estar con un pie adentro del gobierno y otro afuera. Al decir un pie afuera se referían a las conquistas políticas en la búsqueda del bienestar de la población más necesitada. Pero, para lograrlo confiaron en que recibirían el apoyo del congreso que respaldaría sus iniciativas para fortalecer la gobernabilidad. El Partido de los Trabajadores confió en los resultados electorales al creer que le darían la autoridad y capacidad de llevarse bien con el tiburón insaciable llamado congreso, permitiendo el financiamiento con fondos privados para desarrollar sus políticas públicas, como algo natural basado en la buena fe de los inversores. Por eso no negociaron una ley de reforma del accionar político para establecer unas reglas del juego claras y sin ocultamiento de malas intenciones; lo que era absolutamente necesario y fundamental para acabar con las donaciones corporativas, entregadas a los políticos y el oculto financiamiento de sus campañas electorales, lo que en Guatemala Iván Velázquez llamó: el pecado original de la corrupción. En toda campaña electoral el candidato necesita dinero, los financistas individuales o corporativos se lo proporcionan, y cuando toma posesión del cargo le pasan una factura cuyo pago no puede eludir. Porque, se ha convertido en un esclavo del financista que seguirá recibiendo financiamiento en las próximas campañas electorales. Si tiene la osadía de resistirse, desaparece del mapa político cuando el financista lo sustituye por otro candidato, aunque sea de un partido político aparentemente opositor, o lo obliga a cambiarse de partido ante las escasas posibilidades de ser electo al permanecer en un partido perdedor. Este es el panorama oculto del llamado sistema de los partidos políticos y su farsa electoral, apoyado por el incondicional apoyo del comprado sistema de justicia, que trata bien a los dueños del dinero, pero no a los que se atreven a protestar o señalar las corruptelas. La cínica y corrupta señora fiscal general se ha encargado de establecer el clima preelectoral con meridiana claridad: «para mis amigos total impunidad. La cárcel y el exilio para mis enemigos». Eso no va a cambiar sin importar si no es reelecta. El sistema funciona muy bien porque no son las personas las que lo manejan. Es el sistema el que maneja a las personas y las despoja de su independencia al convertirlas en simples piezas prescindibles e intercambiables. La muestra más elocuente es el TSE (Todos Somos Empleados), con la servil organización del grotesco carnaval electoral.

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