Sergio Penagos Dardón

Ingeniero Químico USAC, docente, investigador y asesor pedagógico en el nivel universitario. Estudios de posgrado en Diseño y Evaluación de Proyectos y Educación con Orientación en Medio Ambiente; en la USAC. Liderazgo y Gestión Pública en la Escuela de Gobierno.

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Sergio Penagos

El Diablo Cojuelo, novela de Luis Vélez de Guevara publicada en Madrid 1641, cuenta la historia de un estudiante llamado Cleofás, quien escapando de la justicia va a caer en la buhardilla de un astró­logo. Allí encuentra una redoma (especie de tinaja de vidrio) de donde sale una voz que le dice: tú has llegado a tiempo y me puedes rescatar, porque este astrólogo a cuyos conjuros estoy atado me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo yo el espíritu más travieso, más bellaco, mentiroso y corrupto del infierno. Cleofás rompió la redoma y de los pedazos salió un hombrecillo de pequeña estatura, apoyado en dos muletas, con incipiente calvicie, chato de narices y la boca formidable para la mentira. ¿Eres Barrabás, Belial, Astarot? Preguntó el estudiante Cleofás. Esos son demonios de mayores ocupaciones, yo soy de los más pequeños, aunque me meto en todo y soy el más travieso del infierno, mis habilidades son el chisme, el enredo, la usura, la mohatra (contrato que simula una venta para llevar a cabo efectivamente un préstamo con interés), yo traje al mundo los juegos de azar, las transas, la política marrullera y muchas otras acciones corruptas. Yo me llamo el Diablo Cojuelo, y, en agradecimiento por haberme liberado, te llevaré volando a la torre más alta de Madrid desde donde podrás ver la realidad de la vida. Cleofás se asombró al ver la inmensa variedad de sabandijas humanas que había en esta parte del mundo, que más pareciera ser el mismo infierno camuflado de paraíso. Se dice que este diablillo es el primer Ángel caído, el primero que se rebeló cayendo desde el cielo al infierno. Cuando todos los demás diablos se rebelaron, fueron cayendo y aterrizaron sobre él dejándolo cojo para toda su miserable vida. Y de ahí viene su nombre Cojuelo. Yo soporto este sobrenombre; más no por eso soy menos ágil para todas las transas que se ofrecen en los bajos mundos de la política y los gobiernos. Tú eres Cleofás, te conozco desde muy atrás y sé cuál ha sido tu vida. Me sorprende que vuestra merced me conozca, dijo el estudiante asombrado. Hace muchos días que deseaba conocer a alguien poderoso. Pero, ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron este nombre a usted, habiendo caído todos desde tan alto que pudieran quedar con el mismo apellido? Ese apellido me individualiza, soy un diablo especial, no del montón de diablos que aún creen en su redención. Utilizo la mentira, la amenaza, el soborno y la prepotencia para hacerme respetar.

Establecida la complicidad, el Diablo cojuelo y el eterno estudiante emprendieron una serie de aventuras que sería engorroso enumerar. Entre otras, provocaron aquel motín de la plebe sevillana que hostigada por el hambre y exasperada por el abandono de las autoridades protestaba violentamente, en los comienzos del siglo XVI, la cuestión social que todavía sigue igual en pleno siglo XXI. Por eso, cuando el pueblo famélico pide pan con voces de angustia, se procura entretenerlo con promesas vanas y engañarlo con palabras falaces prolongando su insoportable situación. Ahora, cuando esto ocurre y el pueblo enloquecido por el hambre e indignado por los engaños de las autoridades, se desborda exigiendo con enérgicas demostraciones lo que antes demandaba con ruegos y con lágrimas, entonces los celosos defensores del orden arremeten contra el descontento popular, de tan tacaños que fueron para dar panes y socorros, pasan a ser pródigos en tiros, bombas y golpizas para apaciguar a los insurrectos. Los hambrientos amotinados son la plebe, la hez, el populacho, la chusma, la canalla, los chairos y los comunistas. Como ocurre siempre en toda agitación y movimiento popular, se infiltran personas que no van movidas por la justicia de la causa ni por el común interés de los desplazados; son mercenarios acarreados por las autoridades de turno para provocar tumulto, desorden y destrozos, alentados por la esperanza y el afán de hallar ganancia segura en río revuelto. Estos frenéticos exaltados han sido contratados para desviar el movimiento de su cauce natural, llevándolo a excesos y demasías, saqueando comercios, atropellando inocentes y satisfaciendo venganzas. Como lo hemos vivido en Guatemala después de 380 años de esa aventura sevillana.

La rueda de la historia nos ha llevado a un punto en el cual, un eterno estudiante desenfrascó a un esquizofrénico diablo cojuelo, liberándolo de la maldición de no llegar a ser presidente. En agradecimiento a tan épica hazaña, este pícaro cojuelo, en contubernio con un corrupto decano, convirtió a su liberador en ingeniero, lo llevó a la casa de gobierno y lo acomodó en el tálamo presidencial, desde donde empezaron a gobernar juntos, dando continuidad y fortaleciendo el infernal pacto de corruptos.

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