Roberto Blum

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En el mundo occidental se ha proclamado la supremacía de la razón y la racionalidad. De hecho, los occidentales nos enorgullecemos de cómo hemos logrado dominar a la naturaleza en todos sus aspectos. Los humanos actuales vivimos más tiempo y mejor que nuestros antepasados. Los avances de la humanidad en estos últimos doscientos cincuenta años son verdaderamente espectaculares. La cantidad de bienes disponibles para cada uno de los que hoy vivimos, la hemos multiplicado al menos por veinte. Por ejemplo; a mediados del siglo XVIII, cada ser humano disponía en promedio de bienes equivalentes a 500 dólares actuales; hoy, en cambio, contamos, también en promedio, con unos 12,000 dólares y podemos aspirar a vivir ochenta años en vez de cuarenta.

Tanto David Hume como Adam Smith, famosos filósofos de la “Ilustración escocesa” del siglo XVIII, creen que son las pasiones o sentimientos los que nos mueven realmente a actuar y que la razón es solo el medio que utilizamos para lograr lo que queremos. Así habría que preguntarnos si no habremos trastocado en la actualidad nuestra concepción de la relación que existe entre los medios y los fines.  Quizá debemos preguntarnos ¿si actualmente somos más felices, o al menos, menos infelices? ¿Es la cantidad disponible de bienes y servicios de los que disponemos la medida de nuestra felicidad? Así, por ejemplo, ¿para un anciano vivir un par de años más gracias a múltiples intervenciones médicas, a veces dolorosas y siempre costosas, agrega realmente a su felicidad? Es evidente que sólo él mismo podrá responder, pero ¿es posible que crea que más tiempo vivo es mejor, sin considerar realmente los aspectos cualitativos de ese mayor tiempo?, por ejemplo, las indignidades a las que en ocasiones son sometidos los enfermos o ancianos en los hospitales, hospicios o asilos.

Nuestra sociedad parece estar sistemáticamente “lavada del cerebro” para preferir la cantidad sobre la calidad, o el tamaño frente a la belleza y la armonía. Así, por ejemplo, en 1973 apareció una colección de ensayos compilados en un libro publicado con el título Lo pequeño es hermoso: un estudio de la economía como si la gente importara por el economista británico de origen alemán E. F. Schumacher. Schumacher cree que los recursos naturales deben ser conservados, lo que lo lleva a concluir que el gran tamaño de las organizaciones, en particular, las grandes industrias y ciudades, conducirían al agotamiento de los recursos del planeta y el empobrecimiento general. Estas ideas surgieron a partir de un principio defendido por el profesor de Schumacher, Leopold Kohr, quien abogaba por una economía política, tecnologías y políticas apropiadas al entorno concreto de la situación con soluciones e instituciones pequeñas como alternativas superiores al “ethos” predominante entre nosotros de «siempre lo más grande es preferible y mejor».

Schumacher en su libro se centra en la idea de que las economías y sociedades modernas deberían priorizar el bienestar humano, la sostenibilidad ambiental y la justicia social por encima de la búsqueda interminable del crecimiento económico y consumo material. Schumacher también aboga por la importancia de la creación de estructuras económicas a pequeña escala, descentralizadas y orientadas localmente. Argumenta que estos sistemas más pequeños no solo son más sostenibles y respetuosos con el medio ambiente, sino también más propicios para la felicidad y la realización humanas. Schumacher critica los paradigmas económicos predominantes de nuestra época, enfatizando la necesidad de tener en cuenta las necesidades reales de las personas y las comunidades en la toma de decisiones económicas, en lugar de estar impulsados únicamente por la búsqueda de las ganancias y la expansión industrial.

Tanto David Hume como Adam Smith reconocieron ciertas funciones para los gobiernos en el funcionamiento de la economía de mercado, por ejemplo, la provisión de seguridad y justicia para proteger a las personas y sus propiedades. Esto incluye la aplicación de la ley y la defensa nacional, así como de ciertos bienes y servicios públicos como la infraestructura, bienes que son necesarios para la sociedad pero que el sector privado no tiene incentivos para proporcionar.

Por su parte Hume argumentó a favor de la estabilidad monetaria, sugiriendo que el gobierno debería intervenir para mantener una oferta de dinero estable y evitar la inflación excesiva o la deflación, así como la corrección de las fallas que pueden presentarse en los mercados. Hume reconoció que existen ciertas fallas en el mercado, como los monopolios y la asimetría de la información, que pueden llevar a resultados ineficientes. En tales casos, el gobierno podría intervenir para corregir estas fallas y garantizar la competencia eficiente. Y es que ambos filósofos y economistas políticos creían que la pura racionalidad instrumental no nos lleva a la obtención de la felicidad que sería el propósito final de acuerdo con la naturaleza humana.

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